Cabalístico

El pobrecito rico de Dios

2011-02-14

Al regresar a Asís se dedicó a hacer obras de caridad. Al verle ensimismado y tan...

Mariana Canale

San Francisco de Asís

Francisco nació en Asís, un poblado de la Umbría italiana, en el año 1182. Su padre, Pedro Bernardone, se dedicaba al comercio. Francisco era un joven alegre y frívolo que disponía de dinero en abundancia y lo gastaba pródigamente, con ostentación. Ni los negocios de su padre, ni los estudios le interesaban mucho, sino el divertirse en cosas vanas.

A los 20 años, debió participar del combate entre los pueblos de Perusa y de Asís. Fue tomado prisionero durante un año, y cayó gravemente enfermo. Esta situación lo llevó a meditar, orar y escribir. En este encierro descubrió que había algo superior a todo lo que él conocía.

Al regresar a Asís se dedicó a hacer obras de caridad. Al verle ensimismado y tan cambiado, la gente le decía que estaba enamorado. "Sí", replicaba Francisco, "voy a casarme con una joven más bella y más noble que todas las que conocéis". Poco a poco y con mucha oración, aumentó su deseo de vender todos sus bienes y comprar la perla preciosa de la que habla el Evangelio. A partir de entonces, comenzó a visitar y servir a los enfermos en los hospitales; algunas veces regalaba a los pobres sus vestidos o el dinero que llevaba.

En cierta ocasión, mientras oraba en la iglesia de San Damián en las afueras de Asís, le pareció que el crucifijo le repetía tres veces: "Francisco, repara mi casa, pues ya ves que está en ruinas". El santo, viendo que la iglesia se hallaba en muy mal estado, creyó que el Señor quería que la reparase materialmente; así pues, partió inmediatamente, tomó una buena cantidad de vestidos de la tienda de su padre y los vendió junto con su caballo.

Este hecho fue incomprendido por su padre, quien conminó a Francisco a volver inmediatamente a su casa o a renunciar a su herencia y pagarle el precio de los vestidos que había tomado. Francisco no tuvo dificultad alguna en renunciar a la herencia.

En seguida descubrió el verdadero significado del pedido del Señor, y comprendió que la pobreza, como la expresión de su vida entera, debía ser un gran bien para la Iglesia. La restauración de la Cristiandad debía venir por el desprendimiento de los bienes materiales, pues la pobreza permite poner nuestra esperanza en Dios, y sólo en Él.

Una vez terminadas las reparaciones en la iglesia de San Damián, Francisco se trasladó a una capillita llamada Porciúncula. Cierto día escuchó el evangelio de la misa que dice: "Id a predicar, diciendo: El Reino de Dios ha llegado... Dad gratuitamente lo que habéis recibido gratuitamente... No poseáis oro... ni dos túnicas, ni sandalias, ni báculo... He aquí que os envío como corderos en medio de los lobos..." (Mat. 10, 7-19). Estas palabras penetraron hasta lo más profundo del corazón de Francisco quien, aplicándolas literalmente, se despojó de sus vestidos y del cinturón de cuero, tomó una túnica rústica, se ciñó una soga y se puso en camino, confiando en la Providencia.

En otra ocasión, se cruzó con un habitante de Espoleto que sufría de un cáncer que le había desfigurado horriblemente el rostro. Este hombre intentó arrojarse a sus pies, pero el santo se lo impidió y lo besó en el rostro. El enfermo quedó instantáneamente curado.

Francisco también nos enseña que debemos someter la carne. Al principio de su conversión, viéndose atacado de violentas tentaciones de impureza, solía revolcarse desnudo sobre la nieve. Cierta vez en que la tentación fue todavía más violenta que de ordinario, el santo se disciplinó furiosamente; como ello no bastase para alejarla, acabó por revolcarse sobre las zarzas y los abrojos.

Sus contemporáneos hablan con frecuencia del cariño de Francisco por los animales y del poder que tenía sobre ellos. Famosas son las anécdotas de los pajarillos que venían a escucharle cuando cantaba las grandezas del Creador, del conejillo que no quería separarse de él en el Lago Trasimeno y del lobo de Gubbio amansado por el santo.

Recorría campos y pueblos invitando a la gente a amar más a Jesucristo, y repetía siempre: "El Amor no es amado". Sus palabras llegaban a los corazones, entusiasmándolos por Cristo y su Verdad.

Francisco tuvo pronto numerosos seguidores y algunos querían hacerse discípulos suyos. En el año 1210, cuando el grupo contaba ya con doce miembros, Francisco redactó una regla breve e informal que consistía principalmente en los consejos evangélicos para alcanzar la perfección. Con ella se fueron a Roma a presentarla para aprobación del Sumo Pontífice. Viajaron a pie, cantando y rezando, llenos de felicidad, y viviendo de las limosnas que la gente les daba. "No les podemos prohibir que vivan como lo mandó Cristo en el Evangelio", dijo un cardenal. Recibieron la aprobación, y se volvieron a Asís a vivir en pobreza, en oración, en santa alegría y gran fraternidad, junto a la iglesia de la Porciúncula.

A la orden franciscana le siguió la de Santa Clara para mujeres y una tercera para seglares. El objetivo de estas órdenes era convertir las almas. Estas comunidades se destacaban por la pobreza, a lo que se sumaba un incondicional amor a Cristo que los llevaba a tratar de hacer todo lo posible para identificarse con Él.

San Francisco dio a su orden el nombre de "Frailes Menores" por humildad, pues quería que sus hermanos fuesen los siervos de todos y buscasen siempre los sitios más humildes. Con frecuencia exhortaba a sus compañeros al trabajo manual y, si bien les permitía pedir limosna, les tenía prohibido que aceptasen dinero. Pedir limosna no constituía para él una vergüenza, ya que era una manera de imitar la pobreza de Cristo.

Los compañeros de San Francisco eran ya tan numerosos, que se imponía forzosamente cierta forma de organización sistemática y de disciplina común A los ojos del santo, se estaba empezando a desvirtuar el espíritu franciscano: se trataba de una crisis de la que tendría que salir la orden sublimada o destruida.

En cierta ocasión, al regresar Francisco de Tierra Santa, luego de visitar en devota peregrinación los Santos Lugares donde Jesús nació, vivió y murió, se encontró con que sus dos vicarios habían introducido ciertas innovaciones que tendían a uniformar a los frailes menores con las otras órdenes religiosas y a encuadrar el espíritu franciscano en el rígido esquema de la observancia monástica y de las reglas ascéticas. Tuvo la desagradable sorpresa de encontrar a sus hermanos hospedados en un espléndido convento. En seguida, ordenó que los frailes abandonasen la casa.

Francisco se entregó ardientemente a la tarea de revisar la regla. Lo que se refería a la pobreza, la humildad y la libertad evangélica, características de la orden, quedó intacto. La regla, tal como fue aprobada por Honorio III en 1223, representaba sustancialmente el espíritu y el modo de vida por el que había luchado San Francisco desde el momento en que se despojó de sus ricos vestidos ante el obispo de Asís.

En 1224, el santo se retiró a Monte Alvernia y se construyó ahí una pequeña celda. Llevó consigo al hermano León. Ahí fue donde recibió el milagro de los estigmas.

Los dos últimos años de la vida de Francisco fueron de grandes sufrimientos. En los más terribles dolores, Francisco ofrecía a Dios todo como penitencia, pues se consideraba gran pecador, y para la salvación de las almas. Su salud iba empeorando, los estigmas le hacían sufrir y le debilitaban y casi había perdido la vista.

Estando ya moribundo, dictó para sus frailes el testamento donde les recomendaba la caridad fraterna, los exhortaba a amar y observar la santa pobreza y a amar y honrar a la Iglesia.

Cuando solamente le quedaban unas semanas de vida, exclamó el santo "¡Bienvenida, hermana Muerte!". Acto seguido, pidió que le trasportasen a la Porciúncula. Por el camino, cuando la comitiva se hallaba en la cumbre de una colina, desde la que se dominaba el panorama de Asís, pidió a los que portaban la camilla que se detuviesen un momento y entonces volvió sus ojos ciegos en dirección a la ciudad e imploró las bendiciones de Dios para ella y sus habitantes. Después mandó a los camilleros que se apresurasen a llevarle a la Porciúncula.

El santo envió un último mensaje a Santa Clara y a sus religiosas. En seguida rogó que le trajesen un pan y lo repartió entre los presentes en señal de paz y de amor fraternal diciendo: "Yo he hecho cuanto estaba de mi parte, que Cristo os enseñe a hacer lo que está de la vuestra". Francisco exhortó a sus hermanos al amor de Dios, de la pobreza y del Evangelio, y bendijo a todos sus discípulos, tanto a los presentes como a los ausentes.

Murió el 3 de octubre de 1226, después de escuchar la lectura de la Pasión del Señor según San Juan. Fue sepultado el día 4 de octubre, fecha en que recordamos a este gran Santo.

Pídamosle a San Francisco que, a imitación suya, amemos a Dios y a nuestros hermanos como lo hizo él.

Oremos:

"Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Allí donde haya odio, que yo ponga amor;
allí donde haya ofensa, que yo ponga perdón;
allí donde haya discordia, que yo ponga unión;
allí donde haya error, que yo ponga fe;
allí donde haya desesperación, que yo ponga esperanza;
allí donde haya tinieblas, que yo ponga luz;
allí donde haya tristeza, que yo ponga alegría.
Oh, Maestro,
que yo no busque tanto ser consolado... como consolar,
ser comprendido... como comprender,
ser amado... como amar.
Porque
es olvidándose... como uno se encuentra,
es perdonando... como uno es perdonado,
es dando... como uno recibe,
es muriendo... como un resucita a la vida."



EEM

Notas Relacionadas

No hay notas relacionadas ...



Ver publicaciones anteriores de esta Columna

Utilidades Para Usted de El Periódico de México