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Prueba de fe, arraigar la fe musulmana en EU tras los atentados

2011-08-23

Gillian Flaccus / AP

FULLERTON, California, EE.UU— En muchos aspectos, Yousuf Salama es un adolescente ordinario: le encanta el fútbol, le preocupa el acné y prefiere irse con sus amigos a ver "Capitán América" que pasar un rato con su madre.

Sin embargo, está consciente de que todo lo que haga puede tener un impacto particular.

Yousuf es uno de los únicos dos estudiantes musulmanes que asisten a una escuela preparatoria privada de alumnado casi exclusivamente católico en el sur de California. Se le ha preguntado si es terrorista y minimiza de manera rutinaria las bromas que se le hacen sobre bombas y la yihad.

"A veces creo que es mi responsabilidad ser un mejor ejemplo", dijo en fecha reciente en la noche después de regresar de una excursión de una semana con su equipo de fútbol.

Yousuf figura entre los miles de menores que afrontan a diario por los desafíos sutiles y complejos que implica ser un adolescente musulmán en un país como Estados Unidos, que quedó traumatizado profundamente por los ataques del 11 de septiembre.

Algunos todavía usaban pañales y otros estaban en la primaria cuando hace una década varios grupos de individuos secuestraron aviones y los estrellaron contra las Torres Gemelas y el Pentágono.

Sin embargo, su niñez quedó marcada por el dolor y la ira de una nación a la que le cuesta digerir el acontecimiento de un día que para muchos islámicos representa la peor de las perversiones de su fe.

Para algunos islámicos, como Yousuf en California y otros en el resto del país, la hostilidad, las miradas severas y una defensa interminable de su identidad les ha fortalecido la fe, la madurez y su resistencia y capacidad de recuperación de una forma que sorprende incluso a sus padres.

"Les digo que cuando se exhiban ante el mundo, representen lo mejor de nuestra comunidad, son los embajadores de nuestra fe", dijo Kari Ansari, quien estaba embarazada de su primer hijo el 11 de septiembre y ahora vive con su familia en las afueras de Washington.

"Habrán de aprender a tener compasión hacia las personas que quizá ni siquiera merezcan ese tipo de compasión —harán frente a la intolerancia y los prejuicios— y esto conforma una gran lección en la vida".

Para la hija mayor de Ansari, Aneesa, esa lección se remonta a sus primeros recuerdos.

Aneesa comenzó a asistir a un jardín de niños islámicos privado en Denver apenas días antes del 11 de septiembre. El establecimiento cerró durante dos semanas debido a manifestantes airados que se habían reunido en el exterior.

El jardín abrió finalmente pero fue necesario que tuviera durante casi un año guardias de seguridad armados.

Hoy día, la adolescente de 15 años está profundamente imbuida en su identidad religiosa islámica de la que exhibe un orgullo apacible. Desde el quinto grado, comenzó a utilizar pañoleta por su voluntad y nunca se la quita a pesar de que le digan improperios mientras hace fila en alguna tienda, se le queden viendo o le exijan que lo haga en la escuela, dijo.

Aneesa va a la biblioteca a la hora del almuerzo para poder observar el mes sagrado del Ramadán (un mes durante el cual no se come ni se toma agua desde que se levanta hasta que se oculta el sol). La joven afirma que prefiere pasar el tiempo con otros adolescentes islámicos para evitar el apremio de tomar agua o algún medicamento.

Su madre expresó preocupación de que su hija fuese discriminada por utilizar la hijab. Pero para Aneesa, llevar esa prenda que le cubre la cabeza se volvió una manera de increpar a aquellos que insisten en las diferencias y desprecian su fe. Incluso a los 11 años, dijo la joven, ella insistía en que llevar la pañoleta era su decisión y parte de su identidad.

"Tengo fortaleza suficiente, supongo, para no temer quien soy", dijo Aneesa. "Ante las exigencias de que uno cambie, la gente me insinúa que no utilice pañoleta en la escuela, y me preguntan si mis padres me obligan a hacerlo". "Refutar eso te fortalece como persona", agregó.

Cuando su familia se mudó de Denver a los suburbios occidentales de Chicago, su hermano menor Sajid advirtió de súbito que era el único chico islámico en su grado en un distrito escolar pequeño.

Durante tres años, del cuarto al sexto grado, el menor afrontó el hostigamiento incesante de decenas de estudiantes, que lo llamaban terrorista y se burlaban de su fe.

En una clase de arte de sexto grado, un grupo de menores le pasaron una nota que contenía un dibujo de las torres gemelas con una frase escrita abajo que decía "¿No se te hacen conocidas?". En otra ocasión, el niño caminaba con su hermana hacia la casa en la nieve cuando otros estudiantes los atacaron con bolas de nieve y hielo. Una bola le dio en la cara y le hizo un corte profundo del que le salió sangre en una mejilla.

Las calificaciones de Sajid cayeron y los intentos para que los adultos ayudaran acarrearon mayores agresiones. El menor dejó de contar a sus padres lo que ocurría.

"Me preguntaba ¿por qué nací en momentos en que la gente no entiende? Yo no tenía problema de ser musulmán o haber nacido así", dijo Sajid, quien tiene hoy 13 años.

"A veces, sentía que era injusto que yo naciera en momentos en que ocurre todo esto", agregó. "Es difícil explicar que uno no es el estereotipo que se dice".

Los Ansari después se mudaron al norte de Virginia e inscribieron a sus hijos en un distrito escolar más numeroso y más diverso, donde Sajid ha hecho progresos.

En la actualidad, Sajid es abierto con sus condiscípulos sobre su fe, explica que no puede comer pepperoni debido a que los musulmanes no consumen cerdo y conversa con sus amigos sobre los personajes terroristas que representan al enemigo en los videojuegos de guerra.

"Cuando se es una persona de fe uno examina las circunstancias de su vida y cada situación que se presenta es una prueba o desafío para uno respecto de la fe", dijo la señora Ansari, quien trabaja como asesora independiente de comercialización.

"Creemos que es la forma como Dios nos pregunta: ¿Que vas ha hacer al respecto? ¿Vas a sucumbir o sobreponerte y mostrarte de verdad?".

En el condado de Orange en el sur de California, Yousuf Salama, su hermana Sarah, de 18 años, y su hermano Omar, de 21, han enfrentado durante años los mismos desafíos en sus preparatorias privadas católicas.

Sus padres los enviaron a esas escuelas debido a que éstas tiene alta reputación y un alumnado mixto de hombres y mujeres.



KC
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