Reportajes

Humildes campesinos apuestan por la siembra para biocombustibles en Brasil

2011-09-06

La petrolera estatal Petrobras comenzó hace tres años a impulsar la siembra de la...

Por Javier Tovar, AFP 

QUIXADÁ, (AFP) - La dura faena de Raimundo transcurre cada día entre los largos tallos de ricino que planta en su pequeña parcela de tierra en un pueblo del nordeste brasileño, cuyo fruto tóxico sirve para fabricar biocombustibles, la gran apuesta energética del gigante sudamericano.

Raimundo Barbosa Da Silva tiene 65 años y desde hace 13 vive en el asentamiento rural de Olivencia, en el poblado de Quixadá, estado de Ceará, a unos 3,000 km de Rio de Janeiro. Sus callosas manos son testigos de toda una vida dedicada al campo, y que ahora entra al negocio energético.

"Yo aquí planto mamona (ricino) en consorcio con frijoles y maíz", dice el hombre con voz penosa a la AFP. Explica que la idea es no abandonar el cultivo de alimentos, aunque ahora son sólo para el consumo propio y no para la venta.

El 'ricinus communis' es un arbusto de tallo grueso y hueco, cuyo fruto, tóxico, se conoce en Brasil como mamona. Se asemeja a una bola de golf con espinas y sirve como base para la producción de alternativas a la gasolina.

Las mamonas se dan en racimos. Raimundo las toma y con una varilla de madera -por lo general la rama de un árbol- las va separando con cuidado para no lastimarse las manos. Coloca los frutos con cuidado en sacos de plástico.

"Es un trabajo muy pesado pero uno está acostumbrado al campo. Tengo en esto desde los siete años", dice Raimundo Barbosa Neto, otro campesino de Olivencia, que como sus compañeros, viste chancletas, una camiseta y un pantalón roído para trabajar la tierra.

De cada colecta, los campesinos obtienen unos 42 sacos de 32 kilos, que pueden vender por unos 30 dólares cada uno.

La petrolera estatal Petrobras comenzó hace tres años a impulsar la siembra de la semilla, garantizando la compra total de la producción, para abastecer su usina en Quixadá, que produce 108,6 millones de litros de biodiésel al año.

La compañía tiene contratos con unos 40,000 campesinos de Ceará y de otros cuatro estados del nordeste brasileño para abastecer la planta, que además de mamona, procesa algodón, grasa animal, soja y girasol para fabricar biodiésel.

Brasil es el segundo productor de biocombustibles del mundo, después de Estados Unidos, y posee 74 plantas con capacidad para seis millones de metros cúbicos de carburante al año (en 2010 la producción fue de 2,4 millones), en un proceso en el que están involucrados 276,000 agricultores.

Petrobras -que opera de forma particular y con socios en 15 usinas- previó en su plan estratégico 2011-2015 invertir 4,100 millones de dólares en el área de biocombustibles (un 2% del total de su presupuesto para inversiones) con un fuerte hincapié en la producción de etanol de caña de azúcar.

Recientemente, se han generando en Brasil problemas con las ventas de gasolina, pues la producción de etanol, utilizado en grandes proporciones en la composición de la gasolina brasileña, cayó en el último año.

Este año, la empresa tiene previsto comprar al menos nueve toneladas de mamona a productores locales para la planta de Quixadá, informó la semana pasada el presidente de la división de biocombustibles de la empresa, Miguel Rossetto.

"Petrobras trabaja para desarrollar el mercado agrícola en las regiones donde actúa, involucrando a la agricultura familiar y ampliando la productividad por hectárea. Con eso, conseguiremos una mayor renta para el productor y un precio competitivo", señaló Rossetto.

La compañía anunció, para este año, inversiones en la zona por 6,25 millones de dólares para tratamiento de los suelos y otros 2,5 millones para mejoras tecnológicas.

"Cuando comenzó el proyecto, yo no conocía nada de esto, no sabía nada, pero al final todo salió bien", dice Evaristo, de 56 años. "Económicamente está muy bien, claro, hay que trabajar mucho", añade Ambrosio, de 63 años.

En Olivencia, diez familias, de un total de 14, tienen convenios con la petrolera, que les paga las cosechas y de quienes reciben asistencia teórica y técnica.

"Mi plantación mejoró mucho. No tenía para pagar un tractor y ahora ellos nos lo prestan, tenemos mejores condiciones para plantar", destacó Evaristo.

No obstante, y a diferencia de las sofisticadas instalaciones de la usina de Quixadá, las casuchas y las precarias plantaciones de este caserío confirman la miseria que aún arropa los campos de Brasil.



EEM

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