Reportajes

11 de septiembre: ¿sobrerreaccionó EU?

2011-09-11

Era natural que el brutal asesinato de 2,700 estadounidenses provocara no solamente la...

Dow Jones Newswires

Nota del editor: pedimos a un grupo de importantes analistas de asuntos de seguridad nacional que respondieran a la siguiente pregunta: ¿Sobrerreaccionaron los Estados Unidos a los ataques del 11 de septiembre de 2001? Aquí están sus respuestas:

Tenemos que lidiar con los estados que patrocinan el terrorismo

Por Paul Wolfowitz

Después del ataque a Pearl Harbor, los estadounidenses de origen japonés fueron llevados a campos de concentración. Que no haya habido una sobrerreacción comparable tras el 11 de septiembre y que hayamos sido capaces de preservar una sociedad libre y abierta, debe mucho al hecho de que durante 10 años esos terribles ataques no se han repetido.

Evitar ataques adicionales requería que Estados Unidos abandonara su enfoque anterior de encarar el terrorismo con métodos policiales y reconociese que estábamos en guerra. Consideren la diferencia entre Khalid Sheikh Mohammed —quien planeó los ataques del 11 de septiembre y nos dijo mucho de lo que ahora sabemos sobre al Qaeda— y su sobrino Ramzi Yousef, quien planificó el ataque de 1993 contra el World Trade Center, quien no puede ser interrogado (ni siquiera de la manera más cortés) sin la presencia de su abogado y no nos ha dicho nada significativo. O consideren la diferencia entre los inefectivos bombardeos de represalia sobre Afganistán en 1998 y la respuesta en 2001 que hizo caer el régimen talibán.

Fuimos a la guerra con Alemania en 1941 no porque hubiese atacado Pearl Harbor sino porque era peligrosa. Después del 11 de septiembre, teníamos que hacer más para lidiar con los estados patrocinadores del terrorismo que simplemente ponerlos en una lista prohibida, especialmente si tenían conexiones con armas biológicas, químicas o nucleares. Saddam Hussein —quien estaba desafiando numerosas resoluciones de las Naciones Unidas y fue el único jefe de gobierno en elogiar el 11 de septiembre, advirtiendo que los estadounidenses debían "sufrir" para que "encontraran el camino correcto"— presentaba un peligro así.

Que cometimos errores en Afganistán e Irak no prueba que sobrerreacionamos. (También se cometieron errores costosos durante la Segunda Guerra Mundial: enviar tropas mal preparadas al norte de África, no planificar para los combates entre los arbustos más allá de las playas de Normandía, no vaticinar el contraataque alemán en Bélgica). La pregunta real es si una respuesta significativamente diferente hubiese producido un mejor resultado.

¿Hubiese sido suficiente para derrotar a Al Qaeda el bombardeo masivo de Afganistán, o sea la reacción de 1998 a mayor escala? ¿No habrían colapsado las sanciones contra Irak, dejándonos hoy con un Saddam Hussein comprometido, como le dijo a un interrogador del FBI, " a reconstituir su programa total de armas de destrucción masiva, químicas, biológicas e incluso nucleares? ¿Qué hubiese pasado con las armas de exterminio que Moammar Gadhafi abandonó tras ver la suerte que corrió Saddam?

Desafortunadamente, después de saberse que estábamos equivocados respecto de la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, algunos acusaron al ex presidente George Bush de haber sobrerreaccionado o, incluso peor, de haber mentido. Otros sostuvieron que nuestra sobrerreacción "dio un mal nombre a la democracia". Tonterías. Decenas de miles de árabes hoy están arriesgando su vida en Siria y en otros lugares, no por el sueño de bin Laden de un paraíso celestial, sino por la libertad y la democracia.

Wolfowitz, académico visitante del American Enterprise Institute, fue vicesecretario de Defensa de EE.UU. entre 2001 y 2005.

No podemos reformar al mundo árabe

Por Mark Helprin

Cuando se nos trajo esta guerra, las discusiones debieron haberse centrado en los objetivos y en la ejecución de nuestra respuesta. En vez de eso, debatimos su justificación, y si debíamos haberlo o no en vez de cómo era mejor hacerlo. El asunto en cuestión aquí es como preguntar sobre el poder de un disparo en vez de si ha dado en el blanco. La respuesta es que, en ausencia de la claridad estratégica, hemos pasado de un extremo a otro.

Reaccionamos en forma insuficiente al no declarar la guerra y poner al país en pie de guerra, y por lo tanto sobrerreaccionamos al proclamar una determinación vacía. Reaccionamos insuficientemente en tratar de someter y pacificar, con menos de 200.000 soldados, a 50 millones de personas famosas por ser recalcitrantes en un terreno notoriamente difícil al otro lado del mundo. Nos quedamos con 10.000 estadounidenses muertos aquí y en el extranjero, un sistema político amargamente dividido, una estructura rota de alianzas, enemigos envalentonados en el exterior y dos países ingobernables hostiles a los intereses estadounidenses, con un panorama poco cambiado con respecto a dónde estábamos antes.

Reaccionamos excesivamente al tratar de revolucionar la cultura política —y por lo tanto las leyes religiosas con las que está íntimamente atada— de 1.000 millones de personas que viven como si fuera en otra era . La "Primavera Árabe" es menos una confirmación de esa ilusión que su continuación. Si usted piensa que no lo es, simplemente espere.

Reaccionamos insuficientemente cuando permitimos que nuestras capacidades militares, con la excepción de las de contraisurgencia, se atrofiaran mientras China se esfuerza por llegar a la paridad militar, algo que los arquitectos de nuestra seguridad nacional hace una década pensaban que era risible, que ahora niegan, y que pronto admitirán deseperanzadamente.

En vez de embarcarnos en la reforma del mundo árabe, tendríamos que habernos completamente preparado, sacrificado y resuelto a ir a la guerra. Entonces deberíamos haber golpeado duro y derribado a los regímenes que daban refugio a nuestros enemigos, instalado caudillos, encargado la extirpación de los terroristas y retirarnos de en medio de ellos al norte de Riyad a la red de bases que los saudíes han construido a distancia de tiro de Bagdad y Damasco. Allí podríamos haber visto a nuestros nuevos clientes hacer el trabajo que desde el 11 de septiembre hemos logrado realizar solo parcialmente y a un costo en vidas, dinero y sufrimiento mucho más grande de lo necesario.

Helprin, catedrático del Claremont Institute, es el autor de "Winter's Tale" (Harcourt, 1983) y " A soldier of the Great War" (Harcourt, 1992), entre otros libros.

Afganistán debería haber sido el centro de atención

Por Robert C. McFarlane

Los ataques del 11 de septiembre fueron la prueba de una organización bien financiada, operacionalmente capaz, comprometida a librar una guerra irrestricta contra los estadounidenses. Era imperativo que nuestra respuesta eliminase a quienes planearon el ataque y destruyera su capacidad de realizar otros. Sin embargo, nuestra comprensible prisa en lanzar el contraataque contra al Qaeda y sus anfitriones talibanes excluyó el análisis de al menos dos asuntos fundamentales:

El primero, la enorme complejidad y la gran cantidad de tiempo y recursos involucrados en forjar un gobierno funcional, por no mencionar un sistema efectivo de seguridad, en una cultura diferente. Y el segundo, las tensiones latentes y la inestabilidad que se habían estado incubando durante más de una década en Pakistán, el aliado clave del que íbamos a tener que depender para apoyo logístico y de inteligencia.

Un análisis más cuidadoso de esos factores podría haber limitado nuestra misión a la destrucción de al Qaeda y a la formación de un gobierno de coalición en Afganistán (eso solo ya es un gran desafío). También podría haber excluido la consideración del lanzamiento de una segunda guerra simultánea en Irak, donde iban a surgir desafíos similares. Irak no nos amenazaba: la decisión de invadirlo fue inspirada por un celo quijotesco y por una enorme soberbia, la creencia de que iba a ser posible establecer allí fácilmente una democracia próspera y que funcionara como un modelo para ser adoptado en todo el mundo musulmán.

Aunque mal concebida políticamente, la guerra en Irak fue extremadamente bien ejecutada militarmente. Luego de ocho años y medio, hemos ayudado a los iraquíes a deponer un tirano y dar los primeros pasos hacia un futuro pluralista y transparente. En breve, gran parte de nuestros objetivos originales podrían alcanzarse en los próximos años, si no perdemos nuestras ganancias potenciales debido a la fatiga o a sobreextendernos.

EE.UU también ha logrado progresos en sus instituciones de seguridad nacional, especialmente en operaciones especiales y en inteligencia. Dada la relación entre esas capacidades y las amenazas que continuaremos enfrentando —además de las realidades fiscales de nuestro país— la inminente reestructuración de nuestras fuerzas militares está comenzando a tomar forma.

McFarlane, que actuó como consejero de seguridad nacional del presidente Ronald Reagan, es un asesor de la Foundation for Defense of Democracies.

Resistencia versus venganza

Por Ann-Marie Slaughter

Es posible preguntar si sobrerreaccionamos a los ataques del 11 de septiembre solamente debido al tenaz y constante trabajo de innumerables funcionarios de las fuerzas antiterroristas a nivel estatal, municipal y federal que han tenido éxito en evitar su repetición, o incluso algo peor. Tras una década sin ataques de ese tipo (aunque casi se produjeron algunos) y crecientemente frecuentes procedimientos de seguridad invasivos que afectan nuestras vidas diarias, los costos de nuestra reacción podrían ser más inmediatamente evidentes que los beneficios. Pero otro ataque cambiaría esos cálculos de la noche a la mañana.

Una manera en la que los estadounidenses sobrerreaccionaron, sin embargo, es emocionalmente. Asumimos, como hacemos tan frecuentemente, que nuestra experiencia con el terrorismo era cualitativamente diferente de la experiencia de los europeos, los indonesios, los indios, los africanos y otros. Desde entonces hemos visto y admirado el coraje y la determinación de los británicos después de ataques coordinados en subterráneos y autobuses en julio de 2005, y de los indios luego de los 10 ataques con disparos y bombas en Mumbai en noviembre de 2008.

De la misma manera, el mundo vio los muchos actos de valentía y heroísmo el 11 de septiembre, de los bomberos, de la policía y del grupo de pasajeros que atacó la cabina del vuelo United 93. Pero como sociedad fuimos incapaces de volver a la normalidad en la manera en que los británicos, los indios y muchos otros han hecho. Como la sensación de vulnerabilidad frente a ataques violentos en el suelo estadounidense era algo tan nuevo para nosotros, dimos a los terroristas la satisfacción de saber que habían cambiado nuestras vidas significativamente.

La lección aquí es el poder de la resistencia por sobre la venganza. Aunque emocionalmente satisfactorio, el asesinato de Osama bin Laden y los ataques a otros líderes de al Qaeda, son, a largo plazo, una respuesta menos efectiva al terrorismo que el fortalecimiento de nuestra infraestructura, nuestra economía y nuestro pueblo. Si estamos preparados para un ataque y podemos retornar a la normalidad tan rápidamente como sea posible, incluso mientras hacemos duelo, con nuestros aviones en vuelo, nuestros mercados abiertos y nuestras cabezas en alto, podemos disminuir el impacto y por lo tanto el valor de aquel ataque.

Slaughter, profesora de política y asuntos internacionales de la Universidad de Princeton, fue directora de Planificación de Políticas en el Departamento de Estado, entre 2009 y 2011.

Causa justa, respuesta equivocada

Por Zbigniew Brzezinski

Era natural que el brutal asesinato de 2.700 estadounidenses provocara no solamente la indignación pública sino que precipitara una muy fuerte respuesta nacional. Desafortunadamente, nuestra respuesta careció de coherencia estratégica y sabiduría política. Una guerra global vagamente generalizada contra el terror jihadista hizo más fácil para los terroristas presentar a EE.UU. como hostil a todo el Islam, mientras que la respuesta militar estadounidense al final evolucionó hacia dos campañas separadas.

En ese momento, apoyé con firmeza la decisión de entrar a Afganistán para barrer con los culpables y para derribar el régimen que les había dado cobijo. Pero también exhorté, tanto en una reunión de alto nivel como en una nota al secretario de Defensa, que no debería repetir el error hecho por los soviéticos, que se empantanaron en una campaña de motivación ideológica de rehacer Afganistán por la fuerza de las armas.

También argumenté en este diario, poco después de los ataques del 11 de septiembre que EE.UU. debería concentrarse en la dimensión política del desafío terrorista, buscando aislar a los terroristas, ganando el apoyo de los gobiernos árabes a través de una amplia cooperación regional.

El gobierno de Bush no hizo caso de esas advertencias. Para agravar las cosas, rebajó luego el esfuerzo militar en Afganistán con la invasión mayormente solitaria de EE.UU. a Irak, algo que fue hecho sin el beneficio político de contar con aliados árabes con el que EE.UU. contó en 1991. El gobierno de EE.UU. buscó apoyo para esa guerra adicional a través de una demagogia llevada adelante en los más altos niveles respecto a la "nube con forma de hongo" y sosteniendo que presuntamente se habían colocado agentes biológicos de manera secreta en remolcadores móviles. Resultó que ni esas armas nucleares ni las biológicas existían. El daño resultante a la credibilidad de EE.UU. perjudica a la diplomacia estadounidense hasta ahora, en especial respecto de Irán.

En el país, entretanto, los actos de prejuicio contra musulmanes estadounidenses se volvieron más frecuentes, en tanto los sentimientos antiestadounidenses en países musulmanes se propagaron incluso más. Diez años después del 11 de septiembre, el futuro de Afganistán está en duda todavía, Irán es cada vez más influyente en Irak, y la influcencia de EE.UU. en el Medio Oriente, está en su punto más bajo desde el ingreso del país en la región t la Segunda Guerra Mundial.

La causa era correcta, la respuesta fue inepta.

Brzezinski fue consejero de Seguridad Nacional durante el gobierno del ex presidente Jimmy Carter.

Incluso Obama apoya los aviones no tripulados

Por Leon Wieseltier

Respondimos a las atrocidades del 11 de septiembre con un lío de reacciones. Algunas fueran excesivas, otras no.

El exceso fue Irak. Si nuestros líderes lanzaron esa guerra porque tenían la certeza de que Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva, entonces su incompetencia fue históricamente escandalosa. Si la lanzaron como una "guerra de demostración", para asustar a enemigos podrían haberse envalentonado por el triunfo terrorista del 11 de septiembre para atacarnos de nuevo, entonces fracasaron. La guerra abrió un nuevo frente antiestadounidense para al Qaeda en Medio Oriente.

Me vi engañado en mi apoyo a la guerra de Irak, pero me alegro de la destrucción del dictador y de los comienzos de la democracia iraquí, a pesar de los esfuerzos que hacen los islamistas y los iraníes para frustrarla. Los desenlaces positivos pueden tener malos orígenes.

Sin embargo, nuestras respuestas militares al 11 de septiembre me parecen justificadas. No tengo dificultades con la "guerra contra el terrorismo" como un concepto o una política. Parecemos haber diezmado casi totalmente a al Qaeda, o al menos a la principal rama de ella, la de Osama bin Laden. La continua campaña del presidente Obama con aviones no tripulados contra los refugios terroristas en Pakistán y su predisposición, en cierta medida sorprendente, a utilizar las operaciones encubiertas como un instrumento de esa lucha, son uno de los pocos logros en materia de política exterior.

Creo en la ferocidad de la defensa propia, en la ferocidad inteligente. Ahora se han establecido nuevas formaciones de al Qaeda en el sur de Arabia y el este de África. No es sorprendente. La cultura jihadista no es primariamente una respuesta a nuestras respuestas. Debemos también enfrentarlas.

Más aún, como corolario de nuestra apropiada represalia contra al Qaeda, emancipamos a los afganos de una primitiva tiranía teocrática. Pero el actual plan del presidente en Afganistán me parece incoherente y me he dado por vencido respecto a la disposición de ese país de pelear por sí solo. Hemos trabajado en ello durante 10 años, pero no hay una Primavera Afgana. Desde el punto de vista del contraterrorismo, el problema de Af-Pak (Afganistán y Pakistán) es más Pak que Af.

Y tengo otra ansiedad: que vayamos a sobrerreacionar a nuestro "sobrerreacción". Si llegamos a la conclusión, como ya se nos está aconsejando, que EE.UU. debe retirarse de la primera línea de la historia, nos compremeteremos y nos heriremos a nosotros, a nuestros aliados y a todos los pueblos que buscan la libertad en el mundo.

Wieselteier es el editor literario de la publicación New Republic.

Los extremistas islamistas están perdiendo

Por Joe Lierberman

Se ha puesto de moda caracterizar la respuesta estadounidense a los ataques del 11 de septiembre como una sobrerreacción, pero ese punto de vista está profundamente equivocado. La respuesta estadounidense a los ataques y al desafío más amplio del extremismo islamista, ha sido necesaria y justificada. Estuvimos acertados en reconocer que el 11 de septiembre nos transformó en "una nación en guerra" con un enemigo que es real, malvado y violento, y que hicimos bien en poner este conflicto al tope de nuestra agenda de seguridad nacional. Si no lo hubiéramos hecho, es probable que no tendríamos el lujo de debatir si sobrerreacionamos.

Que hayamos tenido una década sin otro gran ataque terrorista en suelo estadounidense no ha ocurrido porque nuestros enemigos no lo hayan intentado. Nuestra mayor seguridad requirió la determinación de ambos partidos durante dos presidencias, reformas de largo alcance de nuestras instituciones de seguridad interna, y un trabajo difícil y peligroso de incontables y heroicos individuos en todo el mundo. Hemos pasado a la ofensiva en el extranjero con un foco y una ferocidad que nuestros enemigos no esperaban, construyendo las más capaces y letales fuerzas antiterroristas en la historia humana. El resultado es que esos extremistas islamistas violentos no han logrado victorias significativas en la última década.

¿Hemos cometido errores desde el 11 de septiembre? Por supuesto, como casi siempre le ocurre a todo país en guerra. Pero si miramos los últimos 10 años, mucho más salió bien que mal.

Entre las lecciones de la última década una es que todavía vivimos en un mundo peligroso e impredecible. A pesar de los avances que hemos logrado, las actuales realidades geopolíticas no justifican la sensación de complacencia o de cierre de la guerra mundial en la que estamos. Nuestro país enfrentará sorpresas otra vez. Para seguir seguros internamente, EE.UU. debe mantenerse involucrado en el extranjero y —a pesar de las presiones presupuestarias— hacer las inversionies necesarias para mantener fuertes a nuestros militares y otros instrumentos del poder nacional.

Además, contrariamente al actual pesimismo nacional, EE.UU. ha demostrado desde el 11 de septiembre que seguimos siendo un país destacablemente fuerte y resistente, con gente capaz de valentía, ingeniosidad y determinación. Cuando nos unimos, somos capaces de conseguir cosas que ningún otro país del mundo puede y el mejor ejemplo de esto es la "más grande generación" nueva, que ha optado por servir a su país en uniforme durante la pasada década.

No sabemos cuánto va a durar este conflicto, pero podemos tener la certeza de que terminará, con el triunfo de nuestros valores, y la ideología del extremismo islamista se unirá al fascismo y al comunismo en el basural de la historia.



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