Reportajes

La batalla de Sirte castiga a los niños libios con enfermedades y miedo

2011-09-27

Hace dos días que Isham vomita y tiene fiebre alta, explica su padre Mohamed, un obrero que...

Por Jay Deshmukh, AFP

HARAWA - Isham tiene un año y llora sin parar abatido por la fiebre mientras su padre espera en una clínica de Harawa, una ciudad fantasma a decenas de kilómetros del frente de Sirte donde las fuerzas del nuevo régimen intentan expulsar a los últimos partidarios de Muamar Gadafi.

Hace dos días que Isham vomita y tiene fiebre alta, explica su padre Mohamed, un obrero que abandonó su casa en el este de Sirte cuando estallaron los combates. Y la clínica ve pasar cada día a decenas de niños con el mismo problema.

La mayoría de ellos sufre de males provocados por la falta de agua potable en las casas vacías o los refugios improvisados en los que sus familias se guarecen de los combates de Sirte y de sus alrededores, a 360 km al este de Trípoli.

Decenas de vehículos cargados de hombres, mujeres y niños atemorizados salen de la ciudad, asediada por las fuerzas del nuevo régimen y bombardeada por la OTAN y donde, según varios testimonios, los mercenarios africanos hacen reinar el terror.

La situación "es muy crítica" en la ciudad, explica Miftá Mohamed, un vendedor de pescado que huyó con unos sesenta familiares en un convoy de siete coches. "No hay comida, ni agua, ni gasolina, ni electricidad. Los niños ya no tienen leche. Hace días que sólo comemos macarrones".

"He atendido a unos 120 pacientes desde esta mañana, y el 70% de ellos son niños", la mayoría procedente de Sirte y las ciudades aledañas, explica la doctora Valentina Rybakova, una ucraniana que trabaja en Libia desde hace ocho años.

"Es una grave crisis humanitaria. Intentamos obtener ayuda de todas partes pero el principal problema es que estas personas no tienen acceso al agua potable", añadió.

Mientras habla ausculta a Mohamed, de 9 años, que también padece diarrea. "Me duele mucho el estómago. También tengo fiebre desde hace dos días", cuenta el niño. Junto a él, una niña llora y tose mientras espera su turno.

Según la doctora Rybakova, en la clínica escasean algunos medicamentos y sobre todo las enfermeras. "Nos faltan medicamentos, pero los vamos a recibir. El problema es que no hay bastantes enfermeras para atender a este flujo incesante de pacientes".

Para los niños traumatizados por los combates y las explosiones durante semanas, la clínica no es un remanso de paz. Justo enfrente de ella, una mezquita se ha convertido en uno de los lugares donde los combatientes del nuevo régimen se reúnen con sus comandantes.

Y aunque los combatientes heridos son atendidos en un hospital de campaña situado a unos kilómetros de allí, muchos hombres armados entran y salen de la clínica, a veces para acompañar a amigos.

Además, con cierta frecuencia, uno o varios combatientes disparan al aire en señal de júbilo, victoria o aliento. "Eso también es problemático, los niños tienen miedo", grita la doctora Rybakova.



ROW

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