Internacional - Población

Las cicatrices de la guerra de las Malvinas aún no cierran

2012-04-02

La ocupación armada que hizo Argentina de las islas que reclama como

Por MICHAEL WARREN, AP

STANLEY, Islas Malvinas  — Treinta años después de que Argentina y Gran Bretaña derramaron sangre por la posesión de estas remotas islas en el Atlántico Sur, las cicatrices de la guerra siguen provocando escozor.

La ocupación armada que hizo Argentina de las islas que reclama como "Las Malvinas" duró exactamente 74 días, pero el trauma va mucho más allá de las familias de los 907 muertos.

Los isleños todavía viven en medio de minas antipersonales colocadas por los argentinos; solamente los pingüinos de pies ligeros pueden pasear por la hermosa playa de arena blanca en las afueras de la ciudad donde los soldados argentinos desembarcaron el 2 de abril de 1982.

Los habitantes del archipiélago sienten que aún necesitan una extensa guarnición militar, con buques de guerra y un submarino nuclear en las cercanías para protegerlos del cercano vecino sudamericano.

Los aviones y cruceros turísticos que llegan hacen temer a algunos isleños que los argentinos a bordo causen problemas. Todos los días se arman de valor para recibir noticias sobre nuevos intentos de aislarlos económica y diplomáticamente, parte de la intensificación de la campaña argentina por presionar a Gran Bretaña para que le conceda la soberanía de las islas.

Los isleños acudirán el domingo a ver una marcha de la Fuerza de Defensa de las Islas Falkland (como las llaman los británicos) para recordar el día en que su milicia local se movilizó justo antes de la invasión, mientras los argentinos realizan una vigilia en el Monumento a los Caídos, en Ushuaia, capital de la provincia más sureña del país.

La presidenta argentina Cristina Fernández también estará en Ushuaia el lunes con el fin de encabezar los actos conmemorativos en varias partes del país para rendir honor a los veteranos como héroes y presionar para que se cumpla la exigencia nacional de soberanía de las islas.

"Aunque 30 años es bastante tiempo, por otra parte es como si fuera ayer. En cuanto comienzas a hacer amenazas, todo eso resurge de nuevo. Eso pone nerviosa a la gente, pone muy inquieta a la gente. No creemos que (los argentinos) vayan a utilizar la fuerza militar, pero las otras cosas que están haciendo no ayudan", dijo Tony Smith, un isleño que ofrece visitas guiadas y que lamenta las posiciones endurecidas de las dos partes.

"Casi todos los argentinos que he conocido han estado perfectamente bien (en su comportamiento)", agregó.

Los argentinos también se ven como víctimas. Muchos concentran su indignación en los antecedentes históricos británicos como la potencia colonial del mundo en el siglo XIX, aun cuando las islas ya no son una colonia, y culpan de la guerra de 1982 a la junta militar que gobernaba Argentina en ese entonces, aunque la idea de tomar el archipiélago por la fuerza tenía un considerable apoyo popular.

Las encuestas demuestran que la mayoría de los habitantes del país sudamericano siguen convencidos de que "Las Malvinas" siempre han sido argentinas, y se sienten animados por la actual campaña de la presidenta. Pero si se escudriña con más profundidad ello puede resultar doloroso porque los discursos nacionalistas de Fernández sólo parecen alejar a las islas cada vez más.

"Es un asunto muy sensible para nosotros. Les enseñamos a nuestros hijos que las Malvinas son argentinas. Sigo esperando que lo sean", expresó Marcelo Pozzo, de 49 años, quien a los 19 era un marinero conscripto cuando sobrevivió al hundimiento del crucero General Belgrano de la Armada argentina al ser atacado con torpedos británicos.

"No sabemos cuáles son las metas finales de la presidencia", dijo Pozzo. "Debería ser el camino al acercamiento. Pero (los isleños) no quieren tener un acercamiento con los argentinos. Quieren vivir en paz".

Para Pozzo, como para otros veteranos de guerra argentinos, los sentimientos son todavía más complicados porque fueron reclutados por un gobierno militar dedicado a eliminar "subversivos" izquierdistas en el país, y después enviados a una guerra para la que no estaban preparados. Los soldados fueron maltratados por sus propios oficiales durante la ocupación, pues a veces pasaron hambre mientras las vituallas se pudrían en los puertos, o se morían de frío en trincheras vestidos con ropas aptas para la zona subtropical del norte argentino.

Gustavo Pirich recuerda los golpes que recibió de un oficial superior por robar comida de un depósito en un acto de desesperación. Los oficiales comían la carne y las papas, dejando a los soldados rasos que se las arreglasen con una papilla aguada, dijo Pirich, quien testificó que esos abusos son todavía crímenes de guerra que no prescriben, una cuestión que está planteada ante la Corte Suprema argentina.

Pirich todavía sufre del llamado pie de trinchera, causado por la exposición prolongada de los pies a condiciones húmedas, frías y antihigiénicas, como también de ataques de pánico e irritabilidad que conlleva el trastorno del estrés postraumático de guerra.

"Un día miré con mucho amor una ventana que estaba abierta", admitió al recordar la única vez que pensó en quitarse la vida. Años de terapia psiquiátrica y medicamentos lo ayudaron a seguir adelante.

Pozzo, ahora un ingeniero en sistemas, indicó que eran muy jóvenes e inocentes. "Nadie pensó que iríamos a la guerra. No sabíamos qué era la guerra", dijo al describir la terrible experiencia de sobrevivir al hundimiento en el que murieron 323 de sus colegas marineros.

Después de su rendición ese 14 de junio, un día que los isleños celebran ahora como "Día de la Liberación", los argentinos regresaron a un país avergonzado, y muchos padecieron experiencias que le son familiares a los veteranos de la guerra de Vietnam. No hubo desfiles de bienvenida; nadie quería recordar la humillación.

"En los primeros años hubo desidia, hubo descuido", recordó Darío Volonté, otro sobreviviente del hundimiento del Belgrano y ahora un reconocido tenor de ópera que le atribuye a la religión oriental haberle ayudado a evitar el suicidio. "Al principio ver a un ex combatiente era ver la prueba en carne viva de una decisión errada, de un apoyo social errado (a la guerra) ... Cada ex combatiente era la muestra viviente de la derrota".

Debieron pasar más de diez años para que los veteranos empezaran a recibir pensiones mensuales por la guerra. La primera clínica psiquiátrica dedicada a su atención abrió recién el mes pasado, demasiado tarde para los 439 veteranos que, según el recuento de la presidenta, se suicidaron después de la guerra.

La única encuesta sobre la salud mental de los veteranos, en 1995, halló que más del 80% todavía padecía de ansiedad e irritabilidad, y que el 58% sufría depresiones frecuentes.

"Como en otros hechos de la historia nacional, el episodio de la guerra de Malvinas queda en una especie de nebulosa tras la cual nadie quiere ver demasiado", reflexionó la psicóloga María Cristina Solano, responsable de la encuesta. "Pero quedan sobrevivientes y rastros que impiden el olvido".

Cientos de los 649 soldados argentinos y 255 británicos que murieron, junto con tres ancianos isleños cuya casa fue impactada por error por los mismos británicos, fueron enterrados en la isla en cementerios separados. Como muchos soldados argentinos carecían de identificación, casi la mitad de sus tumbas llevan la inscripción "Sólo conocido por Dios".

El ministro de Justicia argentino Julio Alak prometió recientemente a los veteranos identificar los restos por medio del ADN. "No es posible que, a 30 años del conflicto, todavía haya 123 héroes argentinos sin nombre, olvidados en el anonimato", dijo.

Pozzo disiente con esa idea al aducir que muchos fueron despedazados. "Ver eso sería muy difícil para la gente", explicó.

John Smith, un isleño cuyo libro "74 días" detalla los sufrimientos de las fuerzas de ocupación, consideró que "no cumpliría ningún propósito útil en absoluto".

"Están descansando allá con la idea de que tienen el cuerpo completo de un hijo o un marido enterrado en las Falkland, pero en los hechos podrían no estar tan completos como uno se imaginaría", indicó.

Muchos isleños entrevistados antes del aniversario todavía se solidarizan con los soldados argentinos que conocieron durante la ocupación, al tiempo que manifiestan desprecio por sus oficiales.

Los argentinos llegaron pensando que les iban a dar una bienvenida y que Gran Bretaña dejaría que Argentina tomara el archipiélago sin oponer resistencia. Los argentinos distribuyeron volantes que decían: "Pueblo de las Malvinas: Han sido liberados de un gobierno colonial ilegal. El Pueblo y las Fuerzas Armadas de Argentina los recibe como hermanos. UNANSE A NOSOTROS PARA FORJAR UN GRAN FUTURO PARA LAS ISLAS".

"Los pobres soldados que llegaron en 1982 creían honestamente que estaban aquí para liberar a una pobre población argentina del infierno de los malvados británicos", evocó Jan Cheek, miembro de la asamblea legislativa de las islas.

Pero la primera ministra Margaret Thatcher movilizó una flota que viajó 13.000 kilómetros (8.000 millas) y rápidamente obligó a los argentinos a rendirse. La fuerza militar que permanece ha posibilitado que la isla deje de ser una tierra de rebaños de ovejas para convertirse en un potencial centro de explotación petrolera que podría convertir a los isleños en el pueblo más rico del mundo.

Eso enfurece a los argentinos, que ven a un enemigo imperial que domina nuevamente los recursos del mundo en desarrollo. Y ha vuelto a los isleños más suspicaces que nunca de que su vecino quiere apoderarse de todo lo que han construido.

"Dada la mentalidad machista que existe en Argentina, esa actitud siempre existirá allí", consideró Dick Sawle, también de la asamblea legislativa. "Su intención sería solamente destruir lo que ya tenemos. Quisieran tomarlo, reclamarlo y destruirlo".



gilberto
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