Turismo

Buceo para dejarlo sin aliento en Honduras

2012-05-27

Hace muchos años, me sumergí 15 metros bajo el agua con una sola respiración....

Por BILL STREEVER, WSJ

En 2010, un austríaco llamado Herbert Nitsch se colocó aletas y máscara de buceo, respiró hondo e hizo un viaje de ida y vuelta a casi 125 metros bajo el nivel del mar.

Nunca voy a alcanzar esa distancia, pero quiero entender cómo una inmersión como esa puede ser posible. Así, recorrí el camino sin asfaltar de West End, un pueblo en la isla de Roatán, la mayor de las Islas de la Bahía en la costa de Honduras y capital del buceo del país. El coral de Roatán es parte de una barrera de arrecife que se extiende hacia el norte a través de Belice y entrando en México. Se trata de la segunda en tamaño después de la Gran Barrera de Coral de Australia, lo que ha hecho de Roatán uno de los destinos predilectos en materia de buceo. Pero en este viaje quiero algo diferente al buceo; por eso voy buscando a Andrew Graham.

Es la única persona en la isla que enseña apnea, que viene del griego, a-pnoia, y significa "sin respirar", literalmente. También se lo conoce como buceo libre y los buenos buceadores —los buenos, no los que marcan récords— a menudo nadan por debajo de los 30 metros.

Graham vive en un barco anclado cerca de la costa, pero nadie sabe cómo llegar a él. Después de muchos intentos, lo encuentro en un bar. Graham es jovial y sonriente.

"Tengo 50 años", le digo, "y quiero llegar a los 15 metros".

"No se trata de profundidad", me dice. "Se trata de comodidad".

De acuerdo con Graham, la comodidad no requiere de la respiración. Me apunto.

Hace muchos años, me sumergí 15 metros bajo el agua con una sola respiración. Llegué hasta allí por la hiperventilación, respirando profunda y repetitivamente para expulsar el dióxido de carbono de mi torrente sanguíneo. Los seres humanos dependen de los niveles de dióxido de carbono en la sangre para activar la respiración, y la hiperventilación engaña al cuerpo haciéndole creer que no necesita inhalar.

"La hiperventilación no es la manera correcta de respirar", dice Graham. "Se puede engañar al cuerpo tan efectivamente que, privado de oxígeno, el cuerpo deje de funcionar. Buceadores hiperventilados a veces se desmayan sin previo aviso.

Al otro día, Graham me enseñaba a respirar. Practico moviendo mi diafragma sin mover el pecho, para entender y controlar mejor mis pulmones. Me acuesto en un muelle y practico respirar con el vientre distendido, el tipo de respiración que se produce a medida que uno comienza a dormirse y el tipo que utilizaremos entre las inmersiones.

Practico respiración yóguica, la interminable respiración utilizada justo antes de una inmersión. Comienza con una fuerte exhalación, tan fuerte que el diafragma migra hacia la caja torácica. Cuando los pulmones están lo más vacíos posible, una respiración del vientre baja el diafragma, haciendo pasar el aire a los pulmones inferiores. Las costillas se expanden. La parte superior del pecho de infla. Los hombros se mueven hacia atrás y los brazos hacia arriba. Se requiere en total 14 segundos.

Repito tres veces la frecuencia. Luego, en el momento que Graham lo indica, me detengo con los pulmones completamente expandidos. Él pulsa un botón en su reloj.

"Cuenta mientras mantienes la respiración", dice. "Concéntrate en contar lentamente. Mientras cuentas, siente tu cuerpo relajarse. Tienes un montón de oxígeno... Vas a comenzar a sudar, es natural".

Se siente como si estuviera atrapado por un hipo.

"Es la forma en que tu cerebro dice que los niveles de dióxido de carbono están en aumento", me dice, "pero lo que importa es que todavía hay un montón de oxígeno. Ignóralo".

No puedo ignorarlo. Exhalo.

"Noventa segundos", dice. "Estás listo para ir al agua".

Me pongo un par de aletas de buceo libre. A diferencia de las aletas de buceo tradicional, que son cortas y rígidas, estas se extienden 61 centímetros desde los dedos de mis pies y son elásticas, diseñadas para mover al buzo en el agua con el menor esfuerzo posible, conservando el oxígeno.

Siguiendo las instrucciones de Graham, me sumerjo tres metros y cuento. Cuando llego a 40, vuelvo a la superficie. Practico este ejercicio tres veces. Comienzo a relajarme.

A lo largo de la jornada, practico buceo con Graham como entrenador, a veces en la superficie, a veces con señales de mano bajo el agua.

Exhalo, luego lleno el fondo de mis pulmones y enseguida lleno mi pecho. Apunto mi cabeza y mi torso hacia el suelo del canal a 7,6 metros y arrojo mis piernas al aire, dejando que el peso me impulse hacia abajo. Aguanto la respiración yóguica, tirado en el piso del canal, con un dedo enganchado a una roca. A la cuenta de 30, descubro un lugar poco iluminado en mi cerebro que está perfectamente tranquilo. Tengo un montón de oxígeno.

A medida que asciendo, mis pulmones se expanden gradualmente. No hay necesidad de apurarse. En la superficie respiro como si estuviera a punto de dormir. Y empieza a volverse una rutina: respiración yóguica, inmersión, ascensión lenta, respiración del vientre.

Graham nada a través de una cueva de coral a algo más de 10 metros. Yo lo sigo. Más tarde, nos alejamos medio kilómetro de la costa. El agua adquiere un azul más profundo. Desde la superficie, el coral se mantiene visible, pero ya no se distingue.

"Hay 15 metros de profundidad aquí", me dice Graham. Reviso mi medidor de profundidad: 18 metros. Tengo 50 años, pienso, y estuve a 18 metros de profundidad sin respirar.



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