Internacional - Política

Un mensaje desde Turquía, un país bajo presión

2017-03-16

No estaba seguro de qué iba a ver al abrirla. Adentro, había una pequeña...

Patrick Healy, The New York Times

Antes de viajar como reportero de The New York Times a Turquía —un país deteriorado por la guerra, las insurgencias terroristas, una crisis de refugiados y una represión cada vez más fuerte contra los disidentes— los diplomáticos turcos en Washington me entregaron una caja de terciopelo.

No estaba seguro de qué iba a ver al abrirla. Adentro, había una pequeña piedra gris con una tarjeta que tenía este mensaje: “Un símbolo de la devoción de Turquía por la democracia”.

Esa piedra era un pedazo del edificio del parlamento turco que se desprendió cuando explotó una bomba lanzada por unos conspiradores del ejército que el año pasado intentaron dar un golpe de Estado. Desde entonces, el gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan se ha desquitado con una purga de miles de supuestos opositores y golpistas: despidieron o suspendieron a casi 130,000 empleados gubernamentales y arrestaron a más de 45,000 soldados, oficiales de la policía, maestros, políticos y periodistas.

Con todo lo anterior, me pregunté si la piedra también era una advertencia sutil para que no me alejara de la versión gubernamental en defensa de la democracia. Sin embargo, eso no es posible en un país con tantas posturas en conflicto. Este artículo es el primero de una serie en la que intentaré mostrar las difíciles decisiones que deben tomar quienes viven aquí, en medio de todas estas agendas políticas.

Para ellos, esto no es un debate abstracto. Viven en un lugar donde las decisiones que toman todos los días, incluso sobre los puntos centrales de identidad (secular o creyente, turco o kurdo, ciudadano o refugiado), en ocasiones pueden identificar a las personas como leales al presidente Erdogan o como parte de la oposición.

Ya había vivido en Turquía casi todo el año pasado, pues cubrí la migración y los problemas con los refugiados. En mi trabajo más reciente me impactó cómo los retos a largo plazo y las nuevas crisis del país se cristalizaron en este momento.

El país lucha contra dos campañas terroristas diferentes (una que lideran los kurdos seculares y la otra de los extremistas del Estado Islámico) y pelea dos guerras terrestres (al sureste de Turquía y al norte de Siria). Además alberga a más sirios desplazados —cerca de 2,75 millones— que cualquier otro país distinto a Siria.

Está atrapado por las crecientes tensiones que genera Siria: por un lado están sus aliados de la OTAN y por el otro Rusia. Además, está devastado por sus propios debates internos sobre el papel del islam en la sociedad y el control severo que mantiene Erdogan sobre el Estado.

Ahora, esa última cuestión está alcanzando su punto más álgido. En menos de un mes, se le pedirá a los votantes turcos que participen en un referendo que podría ampliar todavía más el alcance de la autoridad de Erdogan.

En un país donde los ciudadanos discrepan hasta en la interpretación más básica de las acciones del presidente —¿está defendiendo desesperadamente un país sitiado o son maniobras cínicas para obtener más poder?— las decisiones diarias están signadas por sus repercusiones políticas y peligros potenciales.

¿Una maestra puede alzar la voz para hablar de su preocupación sobre el daño que se le está haciendo al sistema escolar y con eso arriesgarse a ser removida de su cargo? ¿Un líder vecinal puede reconciliar el sacrificio que ha hecho para defender la democracia durante el golpe con las medidas gubernamentales para reprimir libertades democráticas? ¿Por qué un chico sirio debe renunciar a una dirección permanente, y arriesgarse a ser arrestado, para encontrar trabajo?

Por favor, acompáñenme en mi búsqueda de personas e historias que puedan ayudarnos a entender cómo este país está pasando por un momento peligroso de su historia, mientras intento armar un rompecabezas que no deja de cambiar ante nuestros ojos.



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