Internacional - Economía

La construcción naval brasileña está a la deriva 

2017-07-17

Ante la escalada en los precios en el sector energético, Brasil decidió reforzar la...

Dom Phillips, The New York Times


NITERÓI, Brasil — Esta ciudad cerca de Río de Janeiro tiene una atracción inusual: dos buques tanque petroleros sin terminar de construir que lucen los colores verde y amarillo de la empresa petrolera paraestatal de Brasil, Petrobras.

Los buques gigantes, que llevan dos años varados en el astillero Mauá, son un monumento a las preocupaciones económicas del país y a los fracasos de su manera ambiciosa de hacer políticas.

Ante la escalada en los precios en el sector energético, Brasil decidió reforzar la industria de construcción naval nacional en 2003, por lo que se dispuso a construir todos los buques tanque y plataformas de perforación y producción que requería Petrobras. Gracias a esas medidas, se crearon decenas de miles de empleos.

Sin embargo, esos planes, al igual que la estrategia económica del país en su conjunto, se han ido por la borda debido a la corrupción generalizada, los bajos precios de las materias primas y una actitud ingenua en cuanto a las acciones necesarias para alcanzar el éxito en una industria global altamente competitiva.

El arquitecto de esa política industrial, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, fue sentenciado el 12 de julio a casi diez años de cárcel por cargos de corrupción y lavado de dinero. La condena dio un respiro a algunos inversionistas que estaban angustiados ante la posibilidad de su regreso político en una economía que apenas se va recuperando de la recesión.

La industria de la construcción naval todavía está lidiando con los efectos de la montaña rusa que resultó la presidencia de Lula.

A finales de la década de 1970, cuando en Brasil todavía existía una dictadura, los astilleros del país generaban casi 40,000 empleos, de acuerdo con Sinaval, una asociación de esa industria. Había apoyos y subsidios, además de convenios proteccionistas que garantizaban que el 40 por ciento de la carga internacional de Brasil se transportara en buques de construcción nacional.

Sin embargo, tras la inestabilidad económica de la década de 1980, se liberó el comercio marítimo y la industria se abrió a la competencia extranjera. Entonces comenzó el declive de la industria de la construcción naval, que para el cambio de siglo únicamente daba empleo a 2000 trabajadores.

Después de la elección de Lula como presidente en 2003, el líder de izquierda de inmediato ordenó a Petrobras construir y adquirir más de sus materiales en casa. Unos cuantos años más tarde, Petrobras descubrió grandes reservas de petróleo a una gran profundidad bajo el lecho del océano Atlántico. Entonces Lula proclamó: “Dios es brasileño”.

Impulsado por esos descubrimientos y las políticas aprobadas, el país comenzó a construir nuevos astilleros y reabrió otros. La demanda se encontraba en su apogeo.

Fue durante esta rápida expansión que comenzaron a hacerse evidentes las fallas de la estrategia.

“Se fijaron metas muy ambiciosas y lo hicieron demasiado rápido”, opinó Andreas Theophanatos, director regional de Aqualis, una empresa extranjera de servicios. “En esencia, saturaron el mercado e hicieron promesas que no eran nada realistas”.

En Niterói, una ciudad de medio millón de habitantes que se encuentra a solo media hora de Río, el astillero Mauá sufrió para cubrir una orden de cuatro buques para Petrobras. La empresa energética modificó el diseño y eso elevó los costos, explicó Ricardo Vanderlei, el director general de Mauá.

A pesar de las dificultades financieras que tuvo con la orden inicial, el astillero se comprometió en 2008 a construir más buques, convencido de que en algún momento del futuro se materializarían las utilidades. Por desgracia, no fue así. Mauá entregó el primer buque previsto en el nuevo contrato, pero Petrobras no hizo ningún pago por los demás, según Vanderlei.

Mauá se quedó con los dos buques sin terminar en el puerto de Niterói, además de otra embarcación a media construcción. Vanderlei describió al par de buques que permanecen sin terminar en las aguas de Niterói como “una vergüenza”, pues ambos costaron casi 200 millones de dólares y están “varados en la Bahía Guanabara, pudriéndose”.

La división de Distribución de Petrobras comentó en un correo electrónico que había cancelado 20 contratos, incluidos los buques sin terminar de Mauá “debido a incumplimientos de las obligaciones contractuales”. No hizo ningún otro comentario.

A pesar de la experiencia de Mauá, los líderes políticos de Brasil mantuvieron el rumbo y convirtieron las inauguraciones de buques en mítines políticos.

En junio de 2011, la sucesora de Lula, la presidenta Dilma Rousseff, declaró ante miles de trabajadores en el astillero BrasFELS, cerca de Río, que Brasil les había cerrado la boca a quienes dudaban del país, y dejó muy claro que continuaría con las actividades de la industria.

“Hoy pueden observar alrededor y decir: ‘Nosotros lo hicimos. Fuimos capaces’”, exclamó.

Siguieron llegando las órdenes. Para principios de 2014, el plan de inversión de 221,000 millones de dólares de Petrobras incluía la construcción de más de 100 plataformas de producción y perforación, además de buques tanque. En total, los astilleros del país daban empleo a 82,000 trabajadores.

No obstante, al poco tiempo, muchos astilleros brasileños comenzaron a enfrentarse a la misma cruda verdad que Mauá: la industria de la construcción naval es un negocio complejo, que requiere altas especificaciones técnicas y enormes cantidades de capital.

Los astilleros asiáticos les llevaban décadas de delantera, enfatizó Carlos Rocha, director de Costos y Tecnología en las oficinas de Río de la consultora internacional IHS. Señaló que los astilleros brasileños eran entre el 20 y el 55 por ciento más caros que sus rivales de Japón, Corea del Sur y China. Además, en algunos casos Brasil tardaba el triple en entregar sus productos.

Las presiones de la competencia resultaron insostenibles cuando los constructores de buques recibieron una serie de golpes a consecuencia del escándalo sobre corrupción en Petrobras y la caída de los precios del petróleo.

En marzo de 2014 fue descubierto el esquema de sobornos en Petrobras. La empresa ya había perdido una impresionante cantidad de dinero porque el gobierno de Rousseff la obligó a vender gasolina y diésel importados a precios que no generaban ganancias para lograr controlar la inflación.

El escándalo de corrupción manchó el legado de Lula y contribuyó al sentimiento en contra de Rousseff antes de su juicio político. (Los abogados de Lula aseveran que su sentencia es por persecución política. Todavía no lo encarcelan, y pretende apelar la decisión).

Entonces comenzaron a caer los precios del petróleo, desde un precio por encima de los 100 dólares hasta 30 dólares por barril. En 2015, Petrobras estimó pérdidas de 2000 millones de dólares debido al escándalo de corrupción, y suspendió pagos a algunos proveedores.

No se entregó ninguna de las 28 plataformas de perforación que fueron ordenadas a astilleros brasileños, de las cuales tres están sin terminar en BrasFELS, donde Rousseff dio su discurso en 2011. En total, 52,000 trabajadores de los astilleros han perdido sus empleos.

El gobierno de centro derecha encabezado por el presidente Michel Temer, quien fue acusado de corrupción en junio, también cambió su política, y redujo a la mitad los requisitos de contenido local. Petrobras ahora quiere obtener permiso para construir una nueva plataforma de producción para un enorme campo en el extranjero.

Esta medida podría ser fatal para astilleros como Brasa, ubicado cerca de Mauá en Niterói.

Ahí solo quedan 400 de los 7000 empleados que había contratado. Si no consigue algún contrato para fin de año, es probable que cierre, comentó Marcus Cirio, el gerente de Planeación de Brasa.

“El futuro no es muy prometedor”, dijo. “Vivimos con mucha ansiedad.”



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