Internet

Las tres grandes amenazas para la web 

2017-08-30

Creemos -erróneamente- que la costumbre de no leer jamás los términos y...

Noelia Núñez, David Giraldo, El País


Creemos -erróneamente- que la costumbre de no leer jamás los términos y condiciones que aceptamos cada vez que descargamos algo o contratamos un servicio en Internet es un hábito muy español. Tal vez porque antes de que pudiéramos incluso imaginar que un ordenador podría conectarse a una red, ya éramos expertos en tirar a la papelera las garantías y los libros de instrucciones de cualquier cosa sin echarles un mísero vistazo. Pero esta mala práctica no es una exclusividad española. Se trata de algo universalmente extendido que la mayoría de compañías aprovechan para colar cláusulas abusivas. En 2010 Gamestation, una web de videojuegos, lo demostró incluyendo el siguiente texto en una de sus descargas: “Al enviar una orden de compra por la web el primer día del cuarto mes del año 2010, Anno Domini, estás de acuerdo en concedernos la opción no transferible de reclamar, por ahora y para siempre, tu alma inmortal”. Como si fueran mefistófeles digitales, los dueños de la compañía anunciaron después que eran poseedores de 7,500 almas de incautos usuarios que reclamarían a su debido momento. Mucho más terrenal fue la recompensa que obtuvo Doug Heckman por ser el primero en leerse completos los términos de una licencia de software de PC Pitstop: la compañía le envió un cheque de 1,000 dólares, premio que no pudieron obtener los más de 3,000 usuarios que habían instalado con anterioridad el programa. “Estamos haciendo click en algo que dice ‘acepto los términos y condiciones de este servicio’ generalmente sin leerlo. Pero no hay nada gratis -advierte José M. Alonso, director ejecutivo de la Fundación World Wide Web- El producto somos nosotros y lo estamos pagando con una moneda que son nuestros propios datos que se explotan de miles de maneras diferentes sin que lo sepamos”.

La utilización de nuestros datos personales para fines que no conocemos es uno de los peligros más habituales a los que nos enfrentamos cuando navegamos por Internet. Pero no el único. Alonso, especialista en gobierno abierto y open data, añade (citando a Sir Tim Berners-Lee, creador de la world wide web) otros dos que amenazan con la neutralidad y libertad en Internet: la información falsa y la propaganda política. El británico, premio Príncipe de Asturias en 2002, lo describió en un artículo publicado en el diario The Guardian: “Tenemos que trabajar junto con las empresas que están en la web para buscar un equilibrio que devuelva un control razonable de sus datos a la gente, incluyendo el desarrollo de nuevas tecnologías como repositorios de datos personales y explorar modos de negocio alternativos como suscripciones y micropagos. Debemos luchar contra los gobiernos que se pasan de rosca con las leyes de vigilancia, incluso a través de los juzgados si es necesario. Tenemos que luchar contra la desinformación animando a las empresas que controlan el flujo de ésta como Google y Facebook para que continúen con sus esfuerzos para combatir este problema, aunque al mismo tiempo hay que evitar la creación de ningún tipo de entidad que pueda decidir que es «verdad» o no. Necesitamos saber más acerca de los algoritmos para poder entender cómo se toman decisiones importantes que afectan a nuestras vidas, y quizás una serie de principios comunes que seguir. Necesitamos eliminar con urgencia el punto ciego que las leyes que regulan las campañas políticas tienen en lo que se refiere a Internet”.

No son retos sencillos de resolver porque atañen a los intereses de gigantescas compañías. Pero de no hacerlo, asegura Berners-Lee, corremos el riesgo de que todo lo bueno que nos ha traído Internet -incluso la propia red- desaparezcan. Por eso, Alonso recuerda cuál es el objetivo principal de la Fundación: “que la web se mantenga libre y gratuita en el futuro para todo el mundo. Tenemos que intentar frenar esa centralización lo antes posible, porque si no podemos acabar en un mundo en el que cinco grandes corporaciones decidan por nosotros. Y no es ese el mundo en el que yo, por lo menos, querría que mi hija viviera”.



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