Muy Oportuno

Detrás de la ingratitud se esconde un corazón mezquino y soberbio 

2024-04-05

En la Eucaristía agradecemos al Espíritu Santo que haya podido hacer ese milagro de...

Por | P. Antonio Rivero LC

¿Qué es la gratitud? ¿A quién debemos dar gracias? ¿Por qué?

Es la virtud por la cual una persona reconoce, interior y exteriormente, los regalos recibidos y trata de corresponder en algo por lo que recibió. Esencialmente, la gratitud consiste de una disposición interior, un corazón agradecido, pero cuando es genuina trata, de alguna forma, de expresarse en palabras y en obras. Consecuentemente, incluye tres elementos: reconocimiento de que un regalo ha sido recibido; apreciación expresada en agradecimiento; y en cuanto sea posible, devolver de alguna manera lo que se le ha dado de forma gratuita sin ninguna obligación de parte del dador.

Entre los ejemplos del Evangelio resalta la historia de los diez leprosos (cf Lucas 17, 11-19). Sólo uno regresó a darle gracias a Jesús por su curación milagrosa. Y para colmo era un samaritano; los samaritanos no se llevaban bien con los judíos. Jesús lo puso por ejemplo y se entristeció por los otros nueve. Sin duda la gratitud es necesaria para entrar en una auténtica relación con Dios o con la persona que nos haya agraciado. La gratitud debe tomar la expresión adecuada, no según la expectación de uno u otro sino en la forma que mas convenga para fortalecer la relación que Dios desea establecer entre las personas. Cuando se refiere a gratitud para con Dios, no debe ser menos que adoración y consagración de la vida entera a su amor y su servicio.

La ingratitud duele. Sí, duele. Detrás de la ingratitud se esconde un corazón mezquino y, en cierto sentido, soberbio.

Tenemos que ser agradecidos, primero con Dios, por tantos beneficios que a diario nos concede con tanto amor en el plano humano y material –vida, comida, ropa, vivienda, etc.- como también y sobre todo en el plano espiritual –el regalo de su Hijo Jesucristo, de María Santísima, de la Iglesia, de los sacramentos, especialmente del perdón y de la Eucaristía. O como se diría en teología, tenemos cuatro motivos de agradecimiento a Dios: por la Creación de todas las cosas; por su Conservación constante y la Providencia especial sobre los hombres; por el inmenso beneficio de la Redención; y, finalmente, por nuestra llamada a la fe verdadera y a la especial vocación que cada uno ha recibido.

Quien agradece a Dios demuestra tener un alma grande y mucha fe. El hombre de poca fe da pocas gracias: todo le parece “natural”, o algo a lo que tenía derecho.

Agradecidos debemos ser también con nuestros hermanos los hombres, con nuestros padres, maestros  y educadores, amigos y demás personas que nos sirven. Normalmente, quien no es agradecido con Dios tampoco lo es con sus semejantes. Ya dijo el filósofo pagano Séneca: “Es ingrato el que niega el beneficio recibido; ingrato es quien lo disimula; más ingrato quien no lo descubre y más ingrato de todos quien se olvida de él”. Otro autor antiguo dijo: “no ha producido la tierra peor planta que la ingratitud” (Ausonio).

Es de bien nacidos el ser agradecidos, dice la sabiduría popular. Si falta esta virtud se hace dificultosa la convivencia humana.

¿Qué relación hay entre la gratitud y la Eucaristía?

Sabemos que uno de los fines de la Eucaristía –que eso significa Eucaristía en griego- es la acción de gracias a Dios. Vamos a la Eucaristía para dar gracias por todos los beneficios que a diario nos concede.

En la Eucaristía agradecemos a Dios por su Palabra que nos alimenta la mente y por el Pan celestial que nos ofrece, al darnos a su propio Hijo Jesucristo, para alimento de nuestra alma.

En la Eucaristía agradecemos al Espíritu Santo que haya podido hacer ese milagro de la transubstanciación al convertir ese pan y ese vino en el Cuerpo del Señor y Sangre del Señor.

En la Eucaristía agradecemos a Cristo su ejemplo de inmolación por nosotros y para nosotros, al querer entrar en nosotros como comida de salvación y al quedarse como Amigo y Confidente en el Sagrario.

En la Eucaristía agradecemos a la Virgen que nos vuelva a ofrecer a su Hijo Jesucristo, como lo hizo en Belén a los pastores y a los magos. Ahora nos lo ofrece envuelto en unos sencillos pañales de pan y vino.

En la Eucaristía agradecemos a la Iglesia que de siglo a siglo ininterrumpidamente ha celebrado el Santo Sacrificio de la Misa para gloria de Dios y salud del género humano.

En la Eucaristía agradecemos a nuestros hermanos cristianos, donde viene cada uno con sus cinco panes y dos peces para compartir lo que son y tienen: su fe, su caridad y su esperanza en el cielo, en cuya Eucaristía se nos da ya esa prenda de la gloria futura.

En la Eucaristía agradecemos la bondad, la misericordia de Dios, y por querer quedarse y poner su tienda entre nosotros.

Gracias, Cristo, por darnos tu Eucaristía, ese don de ti mismo. Cuando no tenías más que darnos, te diste a ti mismo, como Alimento. ¡Cuánto has de amarnos, si así te comportas con nosotros!


 



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