Valores Morales

El amor se queda para siempre

2023-05-24

El amor no se va; el amor se queda. Entre el cielo y la tierra ya no habrá un muro que nos...

Por  Mons. Jorge Carlos Patrón Wong 

Su cuerpo, más que transfigurado e incorruptible, plenamente glorificado.

Quedaron sorprendidos y encantados con la vida de Jesús, con la forma como se desenvolvía, actuaba y predicaba. Por eso, en alguna ocasión la gente llegó a decir con asombro: “Qué bien lo hace todo”. Su vida impecable apasionaba y dejaba impactados a los demás, por lo que no querían perderse un momento al lado del Señor. Y hasta llegaban a decir: “Nunca habíamos visto algo igual”.

En nuestro caso, después que en la liturgia de la Iglesia hemos recorrido con intensidad y emoción toda la vida de Nuestro Señor Jesucristo, también nos sale del alma decir: “¡Cuánta bondad, cuánto amor al extremo nos ha ofrecido el Señor!”.

Al contemplar este domingo los pormenores de su Ascensión gloriosa a los cielos, la tristeza que ocasiona toda partida viene asumida por tres factores importantes que, como a los apóstoles, también a nosotros nos ponen en movimiento y nos ubican en una Iglesia en salida.

En primer lugar, tomar conciencia de que una persona maravillosa y excepcional como Jesucristo nos ha escogido precisamente a nosotros, nos ha considerado sus amigos, nos ha revelado todos sus secretos y no se ha ahorrado nada a la hora de amarnos, entregando incluso su vida por nosotros.

Amándolos de esta manera les hizo ver a sus apóstoles su belleza, la pureza de su corazón y la grandeza de su alma. Les hizo ver que eran hijos de Dios, se arrodilló ante ellos, lavó sus pies, los trató con infinita paciencia, nunca dejó de creer en ellos y les infundió la fe. Así, los amó hasta el extremo asegurándose que volvieran a nacer de nuevo por la acción del Espíritu Santo.

Hemos sido amados de manera especial. Por eso, como hemos visto en el libro de los Hechos de los apóstoles, los discípulos de Jesús resurgieron y entregaron por completo su vida anunciando al Señor. El Señor Jesús les devolvió la alegría, la paz, la confianza y la fortaleza porque amar es mostrar al otro su belleza.

En segundo lugar, los apóstoles superan el dolor de una despedida con la emoción que les provoca confirmar el amor y la confianza que Jesús les tiene, al enviarlos al mundo para bautizar y anunciar su Palabra.

De hecho, cuando los apóstoles contemplan a Jesucristo que va ascendiendo al cielo, los ángeles irrumpen en este momento de contemplación para decirles: “Galileos, ¿qué hacen allí parados mirando al cielo?” Se trata de un mensaje que busca comprometer y despertar a los apóstoles para asumir una misión que es urgente cumplir. Es tiempo para comprometerse en el anuncio del evangelio y completar la obra de Dios.

No van por su propia cuenta, sino que los respalda el envío y la confianza de Jesús. ¡Qué privilegio tan grande ir en el nombre del Señor! Sin embargo, antes del envío se siente la emoción y la urgencia de hablar de esta vida tan bonita de Jesús, de la forma como su vida nos ha tocado e impactado.

Lo que hicieron los enfermos y pecadores que no se callaron ante el amor y el bien que les había hecho el Señor, es lo mismo que nosotros sentimos cuando compartimos su vida, cuando anunciamos su palabra y cuando intentamos de muchas maneras que los demás lleguen a conocerlo y amarlo para que transforme sus vidas. El amor nos urge llevar a Cristo y hacerlo presente para que despierte la alegría, suscite la esperanza y haga nuevas todas las cosas.

El envío y nuestra gratitud se funden, el envío y nuestra admiración se hacen uno, pues sentimos cómo apremia dar testimonio, decir la verdad y hablar de Cristo, después que ha encendido nuestros corazones. Los despierta el mensaje de los ángeles, pero también la urgencia de llegar a tiempo para que las personas conozcan, acepten, amen y alaben al Señor Jesús.

Y, en tercer lugar, la tristeza que pudiera causar esta despedida queda atenuada por las últimas palabras de Jesucristo: “Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. No es posible dejar de emocionarse y conmoverse ante estas palabras que cimbran nuestro corazón e infunden ánimo y esperanza.

El amor no se va; el amor se queda. Entre el cielo y la tierra ya no habrá un muro que nos separa sino un gran espacio acogedor que nos une con Dios para siempre.

Por lo tanto, la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo manifiesta que hemos sido amados, que hemos sido enviados y que hemos sido confirmados en la presencia de Jesús entre nosotros hasta el fin del mundo. De ahí que podamos orar con confianza: “Te vas, Señor, pero te quedas: en el evangelio, en la eucaristía, en la Iglesia, en María, en el sagrario, en los que sufren, en los pobres, en los que dan testimonio de ti”.

Finalmente, sobre la Ascensión dice San Ambrosio: “Bajó Dios, subió hombre”. Y San Zenón: “Bajó purus del cielo, entra en el cielo carnatus”. Se lleva la carne humana que recibió de la Virgen María, su cuerpo, más que transfigurado e incorruptible, plenamente glorificado. De esta forma, prefigura la elevación de nuestros cuerpos, llamados a la incorruptibilidad.
 



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