Huesped

Campanas

2007-11-22

También dejar de tocarlas tiene sentido simbólico. La liturgia prohíbe el...

Julián López Amozurrutia, El Universal

Las campanas tienen un fuerte sentido simbólico. En la liturgia de la Iglesia cumplen una función conocida: convocar al pueblo para la celebración de la santa misa. Como extensión, se le atribuyen múltiples significados: ahuyentar al demonio, recordar las horas en las que conviene reflexionar sobre el misterio, anunciar el momento de la consagración. En días de fiesta, manifiestan alegría. En tiempos de duelo, doblan majestuosas. Su recurso es frecuente en el arte. Pienso en el sugestivo título de Hemingway, en la encantadora introducción de "Notre Dame de París" de Victor Hugo, en el orgullo del terruño de nuestro López Velarde. En muchos lugares de Europa, su tañer obedece ya a horarios electrónicos. En México aún no, gracias a Dios. Ello conserva su magia.

También dejar de tocarlas tiene sentido simbólico. La liturgia prohíbe el repique de campanas desde la celebración de la última cena, el Jueves Santo por la tarde, hasta la Pascua, el Domingo de Resurrección. Es decir, el periodo de la conmemoración de la pasión y muerte de Jesucristo. Entonces, las campanas son sustituidas por matracas.

En el corazón de México, las campanas adquieren particular densidad simbólica. Una campana, la de la parroquia de Dolores, ocupa el centro de la fachada del Palacio Nacional. En la Catedral, 30 campanas de las más diversas dimensiones y épocas —la primera es de 1578, la última de 2002— recuerdan en su "clamor concéntrico del bronce" nuestra historia y alertan al transeúnte sobre el presente. Puntualmente, desde hace mucho tiempo, suenan en particular antes de las 12. El domingo es una llamada larga, que expresa el júbilo de la fiesta. Se trata incluso de una atracción turística, paralela a la de tantos otros grandes templos del mundo. Sincronizados, los encargados de hacerlas girar —en su mayoría, voluntarios— atrapan en su acción la mirada asombrada de fieles y curiosos. Obra de Ortiz de Castro, las mismas torres de los campanarios son rematadas con gran originalidad en forma de campana. Todo es reflejo de nuestra historia: la que heredamos y la que vamos construyendo.

Un amigo sacerdote, párroco, no deja que toquen las campanas al inicio de las primeras misas en días festivos, para no molestar a los vecinos. Es un gesto de cortesía. En la misma Catedral, se ha atendido el llamado de las autoridades cuando solicitan que no se toquen para evitar equívocos. Una cortesía que no estaría de más fomentar entre todos. En los últimos años, durante la vigilia más importante de los católicos, la pascual, la Plaza de la Constitución es ocupada por comunidades evangélicas que cantan con potentes altavoces. Envueltos en condescendencia democrática, los ritos católicos siguen su ritmo. Las campanas parecen un tímido murmullo pascual. Ni siquiera se enciende el fuego nuevo en el atrio.

Un brillante episodio de Agustín Yáñez en Al filo del agua dibuja sobre el tema de las campanas la alteración provocada en el ritmo de la vida social: "Descompuesto el ritmo de las campanas, todo el pueblo marchaba mal. Pensamientos, comunes pasos alterados. General inquietud. —¡Es el colmo!".

Hoy, un apelo a la serenidad y a la cortesía es más que oportuno. No tiene caso alguno secundar los llamados a acrecentar la tensión. Nada más artificial que una catedral blindada. Y la serenidad no pasa por acallar las campanas. Se han desgastado ya demasiadas energías en discusiones inútiles. Necesitamos preguntarnos si las arengas incendiarias no deben dejar paso al silencio reflexivo, que nos haga volver la atención hacia las causas sociales urgentes. Son campanas que no dejan de sonar, y no debemos dejar de atenderlas.

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Sacerdote y teólogo católico



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