Huesped

Exhaustos

2006-08-29

Así, más o menos, sentimos muchos que hemos quedado después de estas rondas...

Por Rolando Cordera Campos
Notimex

Llegamos al final de la jornada hechos polvo. No hay consuelo ni linimento simbólico que nos alivie. Echamos la casa por la ventana y de repente nos dimos cuenta de que nos quedamos sin techo ni piso. Todo lo levantó el ventarrón y el remolino suena a metáfora light.

Así, más o menos, sentimos muchos que hemos quedado después de estas rondas que parecen sin fin en torno al litigio electoral por la presidencia de la República y que, en realidad, no concluirán venturosamente ni con la decisión del Tribunal, ni con la constitución del Congreso y, tal vez, ni siquiera con la toma de posesión del nuevo presidente. Todo se nubló de repente y la fiesta cívica se vio abrumada por una desnuda, descarnada lucha por el poder del Estado.

Se puede decir y escribir una enciclopedia sobre las virtudes teologales de nuestro edificio electoral, pero al final del discurso se tiene que admitir la cruel evidencia de que algo, mucho, falló en esa construcción que si bien no se vino a pedazos sí dio cuenta triste de sus fallas mil, sepultadas en los sótanos por el festín de la alternancia tersa que a tantos obnubiló.

En primer término a los grupos dirigentes una clase política auto erigida en tal clase, que al parecer se preparaba sin más para saborear un banquete más del fin de la transición sin tomar nota de los muchos abusos de poder que rodearon y antecedieron a la elección pero que, aun habiendo pasado desapercibidos, se conjuntaron en la avalancha de desencanto, sospecha y crispación con que la justa electoral se vino a tierra.

Mucho habrá que reflexionar y revisar al respecto. Podemos insistir en que toca a los partidos y sus intelectuales y analistas hacerlo ya, cuanto antes, pero es claro que la magnitud del daño es tal que la sociedad y sus organizaciones, junto con los medios y sus escritores, además de la academia, tienen que hacerse cargo cuanto antes de la situación y poner en su lugar a un conjunto político que sin más, y sin permiso alguno, se erigió en estamento inalcanzable, sin que ello impidiera por otro lado que los poderes de hecho, atrincherados en su riqueza y privilegio, los hicieran aparecer como factores tributarios y subordinados a sus designios.

En estas circunstancias, rodeadas por la violencia que desencadenaron en Oaxaca la omisión federal y la avidez gremial sin control alguno, aderezadas con el delirio armado, es claro que la defensa de las instituciones pasa de nuevo a primer término, pero no sin una firme evaluación y crítica de la manera en que estas y sus responsables se desempeñaron a lo largo del proceso.

No es la hora cero de la democracia mexicana, como proponen algunas voces que lucran del escenario límite para luego luego ofrecerse como salvadores. Pero si es un momento crítico, un punto de inflexión de nuestra evolución política que desde luego exige de un esfuerzo especial de comprensión y deliberación política al que nuestra democracia no se acostumbró y más bien despreció, al parecer porque las cosas habían salido tan bien antes.

Vivir en el engaño en esta terrible época de vuelco mundial, es lo peor que le puede pasar a una sociedad vulnerable y frágil, que no ha sido capaz de plantearse en serio las dificultades enormes que supone navegar en medio de las tormentas globales.

Pero si para algo debe servir esta experiencia dura y dolorosa es para reconocer grietas y malas cimentaciones, poner en tensión el músculo y el cerebro y acometer la desafiante tarea de reformar el Estado desde el reconocimiento de que su figura emblemática heredada del viejo régimen, no da para más y de que el presidencialismo debe ceder el paso cuanto antes a un nuevo ordenamiento capaz de ampliar y sostener la lucha democrática a la vez que de renovar los imaginarios y los símbolos que encauzan y dan sentido histórico a la lucha por el poder y a su ejercicio.

Es solo a través de un esfuerzo como este, como el país podrá proponerse consolidar una democracia que no lo tenía todo resuelto, mucho menos los caminos para poner el orden a los duelistas de todos tamaños y colores. Mucho menos a los jugadores dispuestos a sacar raja del menor descalabro.

Notimex

El autor es economista



AAG

Notas Relacionadas

No hay notas relacionadas ...



Ver publicaciones anteriores de esta Columna

Utilidades Para Usted de El Periódico de México