Reportajes

El año en el que Nicolas se fatigó y los franceses se enfadaron

2009-12-07

El jefe del Estado francés consiguió evitar la difusión de la imagen del...

Javier Alonso

París, (EFE).- El presidente francés, Nicolas Sarkozy, alcanzó el ecuador de su mandato este año algo huérfano de empuje personal y apoyo popular, en medio de crecientes críticas hasta en sus propias filas, y lanzó a Francia el reto de definir su identidad.

El jefe del Estado francés consiguió evitar la difusión de la imagen del presidente deportista que se quedó sin resuello durante una carrera en pleno verano y que le obligó a una breve hospitalización, pero no eludir el malestar de su mayoría y de una creciente parte de los franceses.

A pesar de que Francia logró situarse entre los países que comenzaron a salir de la crisis económica, el ritmo de reformas, que pareció frenético al comienzo de su quinquenio, se advirtió ralentizado y Sarkozy tuvo que comenzar a afrontar la extendida sensación de que al presidente se le empezaban a gastar las baterías.

Enero comenzó con el gran debate de la reforma del capitalismo lanzado desde el Elíseo después de un otoño de 2008 en el que Francia, tras la égida Sarkozy, se erigía en combatiente de los excesos de una clase financiera ebria de lucro rápido y sin embridar.

Doce meses después casi nada parece quedar de aquel empeño reformador y moralizador de los males del capitalismo salvaje, sustituido por una intervención masiva del Estado "à la" "sálvese quien pueda" y de la que Francia, con los planes de ayuda a su potente industria del automóvil, dio ejemplo a otros.

Pero en el plano interno ese compromiso del Estado en el salvamento de la industria nacional no evitó un Primero de Mayo histórico, con el frente unido de los ocho sindicatos que avisaban al Elíseo del descontento social, después de varias jornadas de huelga general.

Hasta a los territorios de ultramar se extendió el descontento, con las manifestaciones violentas de la isla de Guadalupe que prendieron la mecha en Martinica y llevaron a la metrópoli las noticias del impacto de la crisis en la Francia americana.

Aunque ni el desfallecimiento sufrido cerca de Versalles -en cuyo palacio había pronunciado poco antes un discurso a la nación a tono con las aspiraciones de grandeza que se le atribuye al presidente- ni las consecuencias de la crisis económica habían afectado tanto a Sarkozy como lo iba a hacer... su propio hijo.

El empecinamiento en mantener que no era un error la candidatura de su joven vástago -23 años y sin la carrera de Derecho terminada- a la presidencia del órgano administrador del barrio de negocios parisino de La Défense costó a Sarkozy más puntos del carné de presidente de los que hubiera querido perder.

Jean Sarkozy, en una intervención televisada en horario estelar, renunciaba el 23 de octubre al puesto antes de ser elegido, quedaba como un señor e, intactas sus aspiraciones políticas -para cuando sea mayor-, ponía en evidencia que las críticas de la calle al nepotismo presidencial habían preocupado al Elíseo.

Con el otoño llegaba también a las pantallas de los cines de todo el país la versión cinematográfica de "Le Petit Nicolas", el héroe literario de Sempé y Goscinny, evocador de una Francia ingenua y amable que de pronto aparecía vinculada al inquilino del Elíseo, empequeñecido para muchos ya no por la estatura de su esposa, Carla Bruni, sino por méritos políticos.

Y el otoño trajo también al presente miserias políticas de antaño escenificadas en los tribunales de París en el proceso "Clearstream", donde el antiguo primer ministro y rival de Sarkozy, Dominique de Villepin, encontró foro, flashes y cámaras para atacar al presidente, quien tuvo la escasa fortuna de calificarle de "culpable" en una entrevista televisada.

Mientras la Francia oficial miraba hacia atrás con cierta ira, el pueblo estaba a punto de recibir la convocatoria a un debate del que tendrá noticias a principios de 2010: llamados por el Gobierno a definir qué es lo que sea "ser francés", los ciudadanos se deberán pronunciar sobre la identidad nacional.

La inspiración sarkozyana de este debate sobre la identidad francesa ha sufrido sin embargo un leve toque de timón una vez visto el giro hacia el reto de la integración de los inmigrantes que muchos veían en la propuesta gubernamental y que podría ser aprovechado en su propio beneficio por los sectores más conservadores.

De ello se ha encargado el primer ministro, François Fillon, que parece salir de un sombrío segundo plano detrás del inquilino del Elíseo, y fortalecido por una gestión "profesional" de los asuntos diarios de Gobierno.

Desde el otro lado del "patio" del colegio de Nicolas, los revoltosos del PS (Partido Socialista) están tan enredados en peleas internas que ni siquiera parece que tengan tiempo para darse cuenta de que al "rey" se le esté ladeando la corona.



EEM

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