Cuentos

El ministro

2010-03-22

A Zadig deben las naciones el gran principio siguiente: vale más arriesgarse a salvar a un...

A Zadig deben las naciones el gran principio siguiente: vale más arriesgarse a salvar a un culpable que condenar a un inocente. Creía que las leyes estaban hechas tanto para ayudar a los ciudadanos como para intimidarles. Su principal talento era desenmarañar la verdad, que todos los hombres tratan de oscurecer. Y así se demostró en este pleito.

Un famoso negociante de Babilonia había muerto en las Indias; había hecho herederos suyos a partes iguales a sus dos hijos varones, tras haber dotado a su hija, dejaba un presente de treinta mil piezas de oro para aquel de los dos hijo varones que demostrase que le amaba más. El mayor le construyó una tumba suntuosa; el menor, aumentó la dote de su hermana con una cantidad notable. Todos decían:

_ El mayor es el que más ama a su padre, porque el pequeño quiere más a su hermana. Al mayor corresponden las treinta mil piezas de oro.

Zadig hizo venir a los dos y dijo al primogénito:

Vuestro padre no ha muerto, ha sanado de su enfermedad y regresa a Babilonia.

Dios sea loado, respondió el hijo, pero la tumba me ha costado muy cara.

Después Zadig hizo que entrase el pequeño y le dijo lo mismo, a lo que este respondió:

Alabado sea Dios. Voy a devolver a mi padre cuanto tengo, pero desearía que permitiera que mi hermana conservase lo que le he dado.

No devolveréis nada, sentenció Zadig, y tendréis las treinta mil monedas, pues sois quien más querías a vuestro que sí ha muerto.

En otra ocasión le dijeron que una joven muy rica había hecho promesa de matrimonio con dos magos con quienes había tenido relaciones simultáneamente. Y como hubiese quedado embarazada, los dos sabios quisieron hacerla su esposa.

Tomaré por marido a aquel que demuestre que es quien me ha puesto en situación de dar un ciudadano al mundo.

Soy yo quien ha hecho esa buena obra, dijo el uno

No, yo soy quien ha tenido esa dicha, dijo el otro.

Pues bien, concluyó ella, reconoceré por padre del niño a aquel que pueda darle la mejor educación.

Cuando ella dio a luz, los dos magos quisieron educar al niño. El pleito fue llevado ante Zadig, quien preguntó al primero de los sabios:

¿Qué enseñarías al niño?

Le enseñaría, respondió el mago, las ocho partes de la oración, la dialéctica, la astrología, la demonomanía, qué es la sustancia y el accidente, lo abstracto y lo concreto, las mónadas y la armonía preestablecida.

Entonces Zadig preguntó al segundo, que dijo:

Yo trataré de hacerle justo y digno de tener amigos.

Seas o no el padre, tú te casarás con la madre, sentenció Zadig.



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