Para Reflexionar en Serio

Verdad y espiritualidad

2011-12-08

Creo que debemos seguir prestando ese servicio a un mundo sumergido en la oscuridad, aunque nos...

Autor: Santiago Martín

La Plenaria del Pontificio Consejo para la Familia –en la que he tenido el honor de participar, por ser Consultor de ese dicasterio de la Iglesia- ha estado centrada en el análisis de la aplicación de la "Familiaris consortio" que Juan Pablo II publicó en 1981. Dicha Plenaria culminó, como es habitual, con el mensaje que Benedicto XVI dirigió a los participantes y al mundo.

En este mensaje, el Papa ha querido unir la revitalización de la familia con el éxito de la nueva evangelización, pues una de las claves de ésta sigue siendo la transmisión de la fe en la familia. Ese "mamar la fe" en el hogar, tan valioso incluso cuando después se rechaza esa misma fe o se aleja uno de ella.

Pero el Pontífice, en su discurso, quiso dar un paso más y entró en el problema de fondo, en el por qué se ha producido la trágica ruptura en esa transmisión familiar de la fe. A propósito de esto, dijo que hay un vínculo entre la degradación de la familia y el eclipse de Dios, así como la banalización de las relaciones sexuales. Una vez más, se comprueba que cuando el hombre se aleja de Dios se convierte en el peor enemigo del hombre y, en esta ocasión, del más próximo a él, su familia. Sin Dios el hombre se autodestruye y esto, que podía ser una tesis basada en la fe revelada, está ahora suficientemente contrastada por la experiencia de lo que está sucediendo: los jóvenes cada vez más enganchados al alcohol y a la pasividad, los divorcios en aumento desbocado y no digamos lo que pasa con el aborto o el esperpento de pedir que se mate a los fetos que tienen posibilidad de nacer con sida –como acaba de hacer el parlamento Europeo-, lo cual significa que lo próximo que se va a pedir es que se ante directamente a todo el que tiene esa enfermedad.

Ahora bien, si esa es la causa –y lo es-, también tendrá que venir por ahí la solución. O sea, que lo que necesita la sociedad es más Dios, más espiritualidad. Si alejarse de Dios nos destruye, acercarse a Él nos salva. Por eso, la pregunta que hay que hacerse, para el bien de la familia y para el éxito de la nueva evangelización, es cómo hacer para acercar Dios a los hombres y los hombres a Dios. Creo que habrá que empezar por rezar más, para estar más llenos de Él y ser menos nosotros mismos. Y luego habrá que hablar más de Él, para que nuestro protagonismo disminuya y el suyo crezca. La Iglesia, como instrumento que es, nunca debería quitarle el primer puesto a aquel a cuyo servicio está: Dios. En realidad, lo que la gente necesita no es sólo saber qué está bien y qué está mal, sino de dónde sacar la fuerza para obrar el bien y evitar el mal. Y esa fuerza sólo se la puede dar Dios. Hemos insistido mucho en estos últimos años en la predicación de la verdad –la verdad que emana de la ley natural y de la revelación. Creo que debemos seguir prestando ese servicio a un mundo sumergido en la oscuridad, aunque nos ataquen por ello. Pero considero un error dedicarnos a eso en exclusiva. Nuestro esfuerzo debe estar puesto, ante todo, en hablar de Dios, en evangelizar, en enseñar a los hombres cómo pueden estar en contacto con Aquel del cual emana no sólo la luz para distinguir el bien del mal sino también la fuerza, la misericordia y el consuelo. La batalla de la verdad sigue siendo necesaria. La de la espiritualidad es imprescindible.



EEM

Notas Relacionadas

No hay notas relacionadas ...



Ver publicaciones anteriores de esta Columna

Utilidades Para Usted de El Periódico de México