Vox Populi

Narcisismo y poder 

2019-05-31

No se trata dices, del “fantasma transitorio” de la perfección del Estado, sino...

Mauro González Luna, Proceso

Esta vez Frido Aliotti Kyan, estudioso de la política y la historia, se encuentra dialogando con José Ortega y Gasset, el filósofo que un día diagnosticó la rebelión de las masas. Es un diálogo breve porque Don José le ha concedido a Frido unos cuantos minutos para hablar de la narcisista espectacularidad y las prisas en política, pues está a punto de regresar por aire a su actual residencia.

Frido: Aprovecharé al máximo el tiempo, Ortega. ¿Qué es más importante para ti, el Estado o la Nación?

Ortega y Gasset: Mira Frido, el Estado con su autoridad, es una parte de la Nación, está ubicado dentro de ella para servirla. Lo esencial, la “realidad histórica efectiva”, es la Nación con su pueblo, con cada uno de los ciudadanos. El Estado tiene una función meramente instrumental, es medio, no fin, y cuando se hace fin, se desnaturaliza, se envilece.

Frido. Eso significa entonces que la política en grande, mira “los problemas de Estado a través y en función de los nacionales”, y no al revés como sucede con inusitada frecuencia en el mundo de la pequeña política actual.

Un ejemplo de esto último es que el Estado haga economías ahorrativas impuestas por la voluntad de poder, sin importar la salud y la vida de los ciudadanos concretos de carne y hueso de la nación, sin importar que niños brillantes en matemáticas tengan que pedir apoyo a particulares para asistir a un campeonato en el extranjero, sin importar las afectaciones al medio ambiente de los pueblos mestizos e indígenas. El poder en turno ensimismado dice, porque lo deseo es bueno, cuando debiera ser, porque es bueno para la nación, lo deseo.

Ortega y Gasset: Bien ejemplificado Frido, seguramente fundándote en Platón y seguidores. En esta época se le vuelve a dar un valor absoluto al Estado, al deseo del poder; todo gira en torno de un poder que quiere transformarse a toda prisa en función de sí mismo; no se habla de otra cosa. En cambio, la vitalidad ciudadana, la cultura, el arte, la ciencia, la salud y porvenir de la Nación en suma, en declive, a la deriva, eclipsados por la espectacularidad del poder deseoso narcisista.

Frido: Por cierto José, ya que hablas de espectacularidad, leí en uno de tus libros que el propósito de una profunda, genuina y duradera innovación, es el fortalecimiento del cuerpo nacional, de cada uno de sus ciudadanos para ir zanjando la brecha inmensa entre el que “nada en la abundancia y el que está hambriento”.

No se trata dices, del “fantasma transitorio” de la perfección del Estado, sino de la construcción paciente y continua de la grandeza del pueblo, de cada uno de sus integrantes. Y afirmas además, que las transformaciones “son tanto más profundas, serias, sutiles cuanto menos espectaculares sean”. Profundidad y seriedad, frente a las fallas de los fuegos fatuos de lo espectacular.

Ortega y Gasset: Así es Frido, en política, la espectacularidad es “retorno al pasado o retención dentro de él”. Lo espectacular además, contiene dosis importantes de narcisismo autorreferencial en el que subyace un afecto inmaduro, infantil hacia el ídolo deseoso en que se proyecta. Narcisismo estéril para el humanismo solidario, para dar frutos que beneficien al pueblo y a su bien común.

Por otro lado, y muy en conexión con la idea anterior, debo decirte Frido, que a las múltiples y complejas iniquidades, a las injustas desigualdades que se dan en el mundo, hay que paliarlas, combatirlas una a una, día a día, “porque el que pretende reformarlo todo de una vez lo destruye todo”. La pobre sabiduría humana -sobre todo en política- está sometida a la dura e implacable condición de lo posible en la historia, según lección imperecedera de Lamartine; en palabras sencillas, el que pretende abarcar mucho en poco tiempo, poco aprieta y mucho anula, y al desparramar la vista, pierde el foco y la concentración del esfuerzo.

Frido: Sí, los designios de la Providencia hacen del tiempo un ingrediente fundamental de la verdad misma, continuando con las ideas del autor de la Historia de los Girondinos, que es el relato de la Revolución Francesa. Y así, el demandar la “verdad definitiva a un solo día, es exigir a la naturaleza más de lo que puede darnos”. Las prisas, los saltos mortales en la historia terminan con frecuencia en los gulags, en las guillotinas, en las islas remotas y yermas del desencanto, por ejemplo.

Y también las prisas de una secretaria del gabinete, provocaron el buscado pretexto para la pérdida de su chamba. Y las prisas del régimen, apuntan ya a la pérdida de la brújula y de su apuesta política, de no darse un imprevisible giro copernicano en la forma de gobernar.

Ortega y Gasset: ¡Qué genial pensador político es Lamartine, y qué brillante su escribir! Bien dice que los desencantos son “verdades que se adquieren antes de tiempo”. El respeto de los tiempos tanto en la política como en la naturaleza, es determinante para la conservación de la vida.

La nivelación de la naturaleza que lleva miles de años para alcanzar equilibrios fecundos, de hacerse en un día, provocaría cataclismos demoledores de la vida. La lección del orden material es aplicable al orden de la política, dice Lamartine. Anticiparse a la “verdad con la ilusión, al tiempo con la impaciencia”, es una mala política, es violentar los equilibrios vitales e históricos. Y para rematar, no se debe tomar el deseo del Estado por la realización, por el bien de la Nación. Éste siempre se va conquistando día tras día, año tras año, lustro tras lustro, en el contexto de una larga “lucha crepuscular”, de generación en generación.

En el fondo, la buena política, la política en grande, parte de la humildad, del conocimiento de los límites humanos, y paradójicamente de la fuerza de aquella virtud humilde, como el agua cristalina tan útil y necesaria. Gandhi fue un campeón de esa virtud; sus armas, la oración, el sacrificio, el ayuno, la resistencia paciente y pacífica, nunca rencorosa, siempre gentil y sabia.

Frido: En resumen, la espectacularidad superficial y narcisista del Estado ensimismado, las prisas, el deseo del poder como norma del bien, no llevan lejos en política de bien común, frustran tarde o temprano, el destino histórico de una nación; lo serio, lo profundo de las innovaciones del cuerpo político nacional, el respeto de los tiempos y la objetividad del bien nacional como criterio de gobierno, conducen a una ciudadanía vigorosa, saludable, a una nación, a un pueblo rebosantes de vitalidad, de energía creadora de cultura y grandeza.

Ojalá se dé la rectificación copernicana en México, aunque la estridente, vulgar y fanática corriente global -auspiciada por la moda trumpista- vaya en sentido contrario al humanismo cristiano que ve en el bien común, en el bien de cada persona y su dignidad, el fin de la genuina tarea política. Buen retorno José, y saludos fraternos de mi parte a Lamartine y a los girondinos.



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