Valores Morales

Cumplir la voluntad de Dios en mi vida

2010-08-13

Dice Juan Pablo II: "El hombre no puede vivir sin amor. Sin amor, el hombre permanece para...

Autor: Germán Sánchez Griese

Poner todos los medios para alcanzar mi ideal: cumplir la voluntad de Dios en mi vida.

Poner la voluntad de Dios como centro de mi vida no es fácil. Así terminamos nuestro artículo anterior. Y la materia de éste no será otra que el ver la forma de hacer de la voluntad de Dios la regla de oro para alcanzar el secreto de la felicidad, que no es otro que el verdadero sentido del amor.

Dice Juan Pablo II: "El hombre no puede vivir sin amor. Sin amor, el hombre permanece para sí mismo como un ser incomprensible, su vida carece de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y no lo hace suyo, si no participa de él vivamente".

En el amor el hombre encuentra el sentido de su existencia, aquello que polariza y orienta todos sus anhelos, actividades y comportamientos. Ya lo decía San Agustín de Hipona, desde el siglo V de nuestra era en una frase latina que no resulta de fácil traducción al español. Él decía: "Amor meus, pondus meus", que traducida libremente sin guardar los cánones de los más rigurosos latinistas quedaría más o menos como "Mi amor es mi peso".

Imagínate que tu corazón tiene una cuerda, una soga, y sobre esa cuerda pende un peso muy grande. Pensemos que ese peso es capaz de atraer hacia sí a nuestro corazón, a la manera que el imán atrae al hierro. Somos lo que son nuestros ideales, nuestras metas, nuestros objetivos en la vida. Dichos ideales, metas y objetivos obligan a que nuestro corazón vaya trabajando de acuerdo a lo que se ha propuesto alcanzar. Los ideales, las metas y los objetivos hacen que en nuestro ser se operen grandes cambios, puesto que iremos detrás de ellos en todo momento. Es el imán que no deja de ejercer su influencia sobre todo nuestro ser.

Te propongo dos ejemplos. El primero: las personas que han tenido la desgracia de caer en la droga. Un ejemplo que por ser tan ordinario en nuestra sociedad, a veces pierde lo mucho de drama que cada uno de estos casos conlleva. Pero, dejando a un lado sentimentalismos, piensa por un momento en las personas que se encuentran envueltas en ellas. Su felicidad la han hecho consistir en la droga. No tiene otro horizonte que el conseguir los medios necesarios para "conectarse" con la droga, pasar un momento de "felicidad", regresar a la vida ordinaria para buscar nuevamente los medios para "conectarse" a la droga. Una vida polarizada por un ideal. La droga actúa como imán para toda su vida. Su vida es la droga: por ella son capaces de hacer cualquier cosa: robar, matar, mentir, traicionar los principios en los que creían firmemente.

Recuerdo una película titulada "Below zero", en donde uno de los protagonistas, un muchacho jovencito de unos 20 años de las familias más acaudaladas de Beverly Hills, después de haber robado algunas joyas de su madre, se prostituye con otros hombres, con tal de tener algo de dinero para seguir "conectado" a la droga. Y lo más triste de esto es que ese caso es fiel reflejo de muchos otros que existen en la vida real. Su ideal es el peso al que su corazón permanece atraído. Toda su vida depende de la droga. Todas sus actividades las realiza "tanto en cuanto" le sirvan para alcanzar a comprar un poco más de droga.

Pienso también en otro ejemplo, mundialmente conocido. El de una mujer albanesa cuya vida recorrió todos los caminos de este mundo. Una mujer laureada con el Premio Nobel de la Paz y que vestía sencillamente un sari indio de algodón blanco ribeteado con una franja azul. Una mujer cuyo corazón estaba irremediablemente atado a Jesucristo en la persona de los pobres. Me refiero a la Madre Teresa de Calcuta. Bajita, encorvada, con las manos surcadas de venas y de años, pero con una mirada fuerte y penetrante y un corazón recio que no se doblegaba ante nada cuando de amor por Jesucristo y por los pobres se trataba. Por ese amor era capaz de todo: de buscar entre los basureros de la India cuerpos de moribundos, de recorrer miles de kilómetros dando testimonio de su gran amor y confianza en Dios, de abrir casas para los más pobres de los pobres y los más despreciados los despreciados: los enfermos de sida, rechazados por una sociedad que los empujo impunemente al estado de vida que ahora aborrece en esas víctimas. Una mujer a la cual el amor fue capaz de transformar.

Dos ejemplos, dos corazones, dos ideales. Pero podemos decir, un solo proceso. El proceso de ponerse un ideal en la vida y de lanzarse a conseguirlo. Hay quien lo hace en la droga, hay quien lo hace en el amor a Jesucristo en la persona de los pobres. Y tú, ¿cuál es el amor de tu vida? ¿Qué es lo que mueve todo tu ser? ¿Cómo podríamos definirte, de acuerdo a las actividades que realizas? ¿Has hecho le decisión clara por algún amor en tu vida?

Y... perdona que me adelante a tu respuesta. No puedes permanecer siempre en la vida sin hacer ninguna decisión al respecto. Simple y sencillamente esto no es posible. Aún en el caso hipotético que pudiera darse de aquellas personas que supuestamente no aman nada en la vida, no tienen ningún ideal, el simple hecho de no optar es ya una decisión, es ya una opción.

¿Paradójico? ¿Juego de palabras? De ninguna manera. Si decides no amar nada, estás decidiendo amarte a ti. El indiferentismo, que es uno de los mayores males de nuestra sociedad, opta por seguir su propio juicio, sus propios planes, su propio albedrío. Si bien no hace nada, hace aquello que más le apetece, que es precisamente no hacer nada.

Ya lo decía San Agustín: "Dos amores hicieron dos ciudades: el amor a sí mismo hizo la ciudad del hombre hasta llegar al desprecio de Dios. Y el amor a Dios hizo la ciudad de Dios hasta el desprecio de sí mismo."

Dos amores, dos ciudades. ¿Es que somos radicales? No somos realistas, que es muy distinto que ser radical. O eliges a Dios o te eliges a ti mismo con todas las consecuencias que esto conlleva. No hay puntos intermedios.

Habíamos anotado anteriormente que pueden existir distintos tipos de ideales en la vida, de acuerdo a la felicidad que quisiéramos alcanzar. Pero todas las felicidades, en última instancia se resumen en dos: la felicidad que puedo alcanzar siguiendo mi voluntad o la felicidad que puedo alcanzar siguiendo la voluntad de Dios. De acuerdo al tipo de felicidad que nos hayamos propuesto alcanzar, van a ser nuestras actividades, nuestras ilusiones, nuestra misma persona. ¿Acaso no conoces personas que se dedican sólo a Dios y a sus intereses? ¿Se te hacen personas raras? ¿Es que no conoces personas que sólo se dedican a sí mismas y a sus intereses? ¿Es que no son ellas también personas raras?

Bien me podrías decir que debe haber un punto intermedio y que "todo con exceso, nada con medida", porque "todos los excesos son malos". Desgraciadamente cuando de amor se trata no podemos andarnos con medianías, con medias tintas. La regla de oro para alcanzar la felicidad no admite excepciones: yo elijo esto o aquello "tanto en cuanto" me ayuda a conseguir mi ideal, ideal que a su vez me dará la felicidad. "Dos amores hicieron dos ciudades..." O es el amor a mí mismo a mis cosas, o es el amor a Dios.

Tú que estás avanzando día a día en esta transformación, en este cambio de tu vida para parecerte más a Jesucristo, es necesario que vayas tomando una decisión fundamental: seguir a Cristo o seguirte a ti mismo. Es lógico, y así lo quiero pensar, que si has tenido la valentía de leer hasta aquí, tendrás la intención de ir haciendo de tu vida una vida más acorde con la voluntad de Dios. Sin embargo la vida espiritual no la podemos reducir a una decisión hecha en el tiempo y ya. Es necesario renovar día a día esa decisión. Las circunstancias que se nos presentan al despuntar el alba no pueden ser las mismas todas las mañanas. Somos seres humanos y estamos vivos. Mil y un condicionantes y circunstancias nos bombardean todos los días. Y todos los días yo tengo que recordar cuál es el ideal por el que prometí dar mi vida: ¿Cristo o yo mismo? Todos los días hago esta libre elección. Todos los días renuevo mi lucha por alcanzar el ideal que me prometí alcanzar. No basta, por tanto, con haber hecho una decisión. Hay que llevarla a la práctica en los mil recovecos con los que nos vamos a encontrar en nuestra jornada.

Cuando se tiene un corazón polarizado por Cristo, entonces podemos hacer esta renovación todos los días. Entonces espontáneamente nos surge la regla del "tanto en cuanto". Voy a hacer esto porque me ayuda a alcanzar mi ideal. No voy a hacer lo otro porque me distrae de mi ideal, me aleja de lo que me he propuesto como meta en la vida.

¿Cómo puedo hacer esta elección de vida? ¿Qué puedo hacer para que mi corazón elija todos los días cumplir con la voluntad de Dios? En el siguiente capítulo, último de esta serie, veremos cómo hacer de la voluntad esa fuerza, ese imán que atraiga a tu corazón y que sea capaz de hipotecar todo "tanto en cuanto" te lleve a alcanzar la felicidad plena.



EEM