Comodí­n al Centro

Vivir fuera del presupuesto

2018-11-16

Si lo observamos en la vida individual nos damos cuenta, por ejemplo, de que cuando no tenemos...

Por José Elías Romero Apis | Revista Siempre

No cabe duda de que el viejo refrán mexicano que se refiere a cómo la vida se ensaña con los más desvalidos está lleno de crueldad pero, también, está pleno de verdad.

Si lo observamos en la vida individual nos damos cuenta, por ejemplo, de que cuando no tenemos chamba se nos vienen más gastos. O, por lo menos, nos enteramos de todo lo que tenemos que pagar. Quizá por eso, un amigo mío me platicó que, cuando salió de sus empleos en el gobierno, después de muchos años de disfrutar uno tras otro, aprendió o recordó muchas cosas que ya se le habían olvidado. La primera, que la gasolina cuesta. Lo segundo, que en los restaurantes se paga. La tercera, que las cortesanas cobran.

Así es. Mi amigo llevaba como veinte años “al hilo” en que lo surtían de vales de gasolina, que el gobierno le pagaba sus comidas hasta con whisky y que sus lambiscones lo invitaban a suculentas fiestas con bailarinas, cantadoras, vedettes, actrices o suripantas. Pero, al terminar su gestión, perdió sus ocho automóviles oficiales, sus treinta guardias de escolta, sus cuatro teléfonos celulares, sus dos jets asignados en exclusiva, sus suites hoteleras de lujo, sus bonos presidenciales de gratificación, sus cortesías en los clubes de golf, sus mil quinientos regalos de cada Navidad y hasta doscientos de sus amigos más cercanos.

En otras palabras, cuando mi leal amigo se volvió perro flaco, el pobre se nos llenó todo de pulgas.

Pero así pasa también con las naciones. A los americanos, que solo excepcionalmente han tenido épocas de miseria, resulta que cuando la Gran Depresión, la cual comenzó por una depresión muy sorda en la producción, también les vinieron una oleadas de polio. A los japoneses, después de su derrota guerrera, nadie quería recibir a sus vendedores porque se corrió la infamia de que portaban radiación atómica.

Y no se diga de nosotros los mexicanos. Cuando estábamos más vencidos nos azotó el terremoto. En tan solo tres años nos cayeron la hiperinflación, la superdevaluación, los mexdólares, la suspensión de pagos, la expropiación de bancos, la pérdida de todas las reservas internacionales, el “sanjuanicazo”, el barril de petróleo a tan solo cinco dólares y, para rematarla, el temblor con sus miles de muertos y damnificados.

Pero allí no pararía todo. Después vendrían el avionazo de Mexicana, el “camarenazo”, los efectos de los escándalos Durazo y Díaz Serrano, la “corriente democrática”, la pasarela priista, el derrumbe de la bolsa y la “caída del sistema”. Lo bueno, como dicen, es que Dios aprieta pero no ahorca.

En fin, pobres de los pueblos que sufren de todo. La pobreza, el hambre, la enfermedad, la desesperación, el desorden, el dolor, la tragedia y la muerte. Ojalá la vida y el destino fueran un poquito más parejos con su destino y no se lo empujaran todo al “perro más flaco”.


 



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