Trascendental

El otro feminismo

2015-05-15

Simultáneamente, me encontraba implicada en proyectos de desarrollo destinados a comunidades...

Autor: Mar Llera

El aborto no es plato de buen gusto para nadie; sobre todo, no lo es para la mujer

El aborto no es plato de buen gusto para nadie; sobre todo, no lo es para la mujer.
Daba yo vueltas a esta convicción, hace ya  cuatro años, cuando acababa de regresar de una estremecedora visita a los Territorios Ocupados. Había estado allí colaborando con diversas asociaciones de  mujeres de izquierdas, para luchar contra la doble discriminación que sufren las palestinas, por parte de ese Estado totalitario que es Israel y por parte del machismo árabe que utiliza el Islam en su beneficio.

Simultáneamente, me encontraba implicada en proyectos de desarrollo destinados a comunidades indígenas en Latinoamérica y en África. Y me sorprende hoy que esa reflexión sobre el aborto haya coincidido en parte con la que manifestó Gallardón, durante largos meses, en una batalla finalmente perdida. Me sorprende porque quien no destacó precisamente por su sensibilidad social en otras materias —recordemos la ley de tasas judiciales—, esgrimió respecto del aborto una argumentación tan progresista que si hubiera sido articulada por los ardientes labios de una mujer habría sonado a feminismo. Pero no; esta vez las mujeres tuvimos mala suerte: lo había dicho un macho. Facha, por lo demás. Así que muchos ni se dignaron a escucharlo. Yo sí. Siempre me ha interesado conocer al "enemigo".

Me defino como una persona de izquierdas, eco-feminista y anti-sistema, profesional y existencialmente implicada en numerosas causas sociales. Mi inquietud me ha llevado a ser responsable durante varios cursos de la asignatura Comunicación para el Desarrollo Socialcomo Profesora Titular en el Departamento de Periodismo I de la Universidad de Sevilla.

Formo parte de un grupo de investigación de orientación neomarxista, pertenezco a Greenpeace y he colaborado muchos años con Amnistía Internacional.

En mis proyectos académicos apoyo iniciativas de política social que se hacen eco de las que propone frente al capitalismo depredador; defiendo las energías renovables, las cooperativas de microcréditos y la banca ética.

No pertenezco a ninguna organización pro-vida. Simplemente, soy madre. Y escuché el latido del proto-corazón de mi hija cuando apenas tenía seis semanas. Desde entonces no creo que ninguna mujer quisiera escuchar cómo se apaga ese latido cuando decide abortar, inducida por las falacias y las desigualdades del tecno-capitalismo patriarcal.

Lo comenté hace un año a las dirigentes de Femen, que mi grupo de investigación tuvo a bien invitar a la Universidad de Sevilla. Yo era de algún modo anfitriona. Y estuve a punto de hacer top-lesscomo manifestación de empatía, para asegurarme de que se me entendía, de que empleábamos el mismo código. Pero no hizo falta. Un elocuente silencio desde el escenario y varios abucheos a la espalda me confirmaron que el mensaje había llegado.

En su intervención, la líder del grupo —Inna Shevchenko—denunció muchas cosas sobre la situación de la mujer en el mundo actual. Cosas que a mí me duelen como a ella. Pero cometió tres errores.
El primero fue no responder más que con evasivas a mi alegato feminista a favor de la maternidad. El segundo, no aceptarme en su grupo. (Yo se lo pedí: "¿Cabría entre vuestras filas? Si aceptáis mi propuesta, me apunto"). El tercero, aludir a la religión. No me gustan las interferencias religiosas en este tema. No porque tenga algo en contra, sino porque tengo mucho a favor del sano laicismo, de la evidencia científica y del instinto de los mamíferos. (Perdonen si sueno salvaje, pero a veces lo soy).

El discurso de la religión no todos lo entienden, ni tienen por qué hacerlo. Pero todos hablamos, en cambio, el contundente lenguaje de la vida.


Éste es el código básico que debería unirnos a todos, tanto a quienes se posicionan a favor de una determinada ley del aborto, como a quienes se posicionan en contra: el hecho biológico constatable, innegable, de que existe vida —por supuesto, humana (no de gato ni perro)— desde los primeros instantes de la fecundación.

"No nos embarazamos de lechugas, nos embarazamos de nuestros hijos" —reza la célebre cita de una profesora (de cuyo nombre no quiero acordarme), inmortalizada en una red social por los alumnos de Periodismo de la Universidad de Sevilla.

Ante la frecuente imposibilidad de hablar este lenguaje fundamental, que todos entienden —incluidos mis subversivos estudiantes—, experimento una gran rebeldía contra el silencio que nos impone la "corrección política" a quienes nos sentimos a un tiempo pro vida, pro mujer y de izquierdas.
Porque somos muchos —y muchas— los que en la izquierda querríamos que el tema del aborto se planteara de otra(s) manera(s). Querríamos que las mujeres que sufren el trauma post aborto pudieran hablar —si lo desean— para dar a conocer su sufrimiento, para que quienes se proponen abortar sepan qué puede sucederles y para aliviar su ahogo. Querríamos poder ver los desechos de los abortos que se practican en nuestras clínicas para comprobar que "se trata sólo de cuatro células" y no de trocitos de cuerpos humanos, como en numerosos casos efectivamente sucede.

Querríamos que nuestras compañeras feministas fueran congruentes con los discursos académicos más progresistas, que advierten contra la imposición de un único modelo de mujer y de un único feminismo hegemónico. Querríamos no experimentar por parte de nuestros camaradas de izquierda la misma intolerancia y el mismo fanatismo que criticamos en la derecha. Querríamos, sobre todo, que realmente se ayude a las mujeres que viven con angustia un embarazo no deseado y piensan que su única posibilidad es pasar por el aborto porque no hay políticas sociales adecuadas que favorezcan la adopción, que atiendan a las particulares manifestaciones de violencia de género tan frecuentes en esos momentos, que afronten las problemáticas psico-sociológicas y sociolaborales
que constituyen las verdaderas raíces por las que muchas mujeres se plantean abortar. Y querríamos poder trabajar, codo a codo, tanto con quienes están a favor de una legislación que regule el aborto (que no es lo mismo que estar a favor del aborto), como con quienes están a favor de su total prohibición, en ese espacio compartido donde fragua el consenso democrático, en pro de políticas sociales que cubran los déficit existentes y que luchen efectivamente por la mujer.

Querríamos, finalmente, que no nos tacharan de "catolicones" o "fachas" cuando planteamos alternativas a ese acto de violencia contra la mujer que es el aborto. Porque han de saber que la posmodernidad entiende el progresismo como la apología de los intersticios.
Y porque en cierta manifestación, cuando nos encontrábamos en el fragor de esta controversia, los cámaras de Intereconomía no quisieron grabar mi alegato feminista de izquierdas a favor de la vida. O porque El País —hipócritamente— me dijo que sí, que le interesaba mi opinión, me entrevistó y luego enterró mis palabras en una papelera.

No nos embarazamos de lechugas, nos embarazamos de nuestros hijos. Necesitamos menos ideología y más feminismo verdadero.



EEM
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