Se sabe: es muy difícil ser de oposición en el país de Nicolás Maduro. Su gobierno ha perseguido, amenazado y limitado a sus adversarios políticos. Pero ahora, con una serie de escándalos de corrupción a cuestas, la oposición parece condenarse a sí misma y al país.
Mientras analistas políticos en ambos lados del Atlántico discuten obsesivamente las políticas públicas que Andrés Manuel López Obrador ha implementado en México, la parte más transformadora de su Gobierno ha quedado silenciada.
Los escoceses serán determinantes en el resultado de las próximas elecciones generales británicas, en donde se podría decidir la permanencia en la Unión Europea y, quizás, la sobrevivencia del reino.
Bolivia es un equivalente de Haití y viceversa; poco interesan a nivel mundial nuestros pesares y debates, hoy volvemos transitoriamente a ocupar un pequeño espacio en los medios internacionales, porque servimos como sur “salvaje” para testimoniar dolor y “primitivismo”.
Hasta hace apenas unas semanas, Evo Morales parecía tener Bolivia bajo su control. El presidente indígena, tras 14 años en el Gobierno, pretendía perpetuarse en el poder un mandato más.
La polarización ha terminado por destruir la credibilidad en los políticos. Los problemas más profundos de América Latina no pueden simplificarse: antes de que nos devore el caos, es urgente reinventar la política.
Las crisis que están sacudiendo a varios países de América Latina, a pesar de tener orígenes específicos, hacen aflorar problemas comunes. Uno de ellos es el ajuste al que están siendo sometidas las economías de la región.
En este 30º aniversario, cuando la reputación de los sistemas democráticos aún no se ha recuperado de la crisis de 2008, el camino recorrido permite mirar atrás y reconocer que algunas de las conclusiones que se sacaron después de la caída del Muro fueron excesivamente triunfalistas.
Un enemigo fiel sabe cuándo lo necesitan. Nicolás Maduro declaró recientemente, aunque luego matizara sus palabras, que las revueltas populares en Chile y Ecuador respondían a cierto plan desestabilizador de la región urdido por el Foro de São Paulo.
Ante las recientes protestas que han sacudido a Chile, surgió con rapidez una corriente de pronunciamiento público a favor de las libertades y en contra de la represión. Varios escritores e intelectuales sumaron sus voces para exigir que los militares no ocuparan las calles.
América del Sur se ha visto convulsionada en los últimos días por masivas protestas que ocurrieron en varios países de la región, a los que se sumará Paraguay este 28 de octubre, en medio de tres procesos electorales que tendrán lugar este 27 de octubre.
El mundo de nuestros días parece ajustarse de forma dramática a la definición que el intelectual y marxista italiano apuntó en los cuadernos escritos durante el cautiverio al que lo sometió el régimen fascista de Mussolini a partir de 1926.
Si el hastío es grande en el continente, imagínense en el Reino Unido, donde no se habla de otra cosa desde hace más de tres años. Sabedor de este agotamiento, Boris Johnson, como hábil político que es, lo ha convertido en su lema central.
El acuerdo alcanzado ayer entre el Reino Unido y la Unión Europea (UE) para la retirada ordenada de aquél del club de los 28 puede ser una muy buena noticia.
Fue una “aventura”, una “mera ensoñación”, un “artificio engañoso”. El procés fue, según el Tribunal Supremo, solo un trampantojo que logró arrastrar a miles de ciudadanos. Un “señuelo” para multiplicar la presión sobre el Gobierno.
Para los europeos continentales, la unión de Europa fue un triunfo de la paz, la democracia y las oportunidades económicas. En cambio, para el Reino Unido, la tardía entrada en la Comunidad Europea en 1973 cuando su imperio estaba en disolución y la economía rezagada, “fue una derrota...
Un interesante y provocador artículo de Daniel Innerarity en estas mismas páginas, ponía el acento en recordar que todas las instituciones de la democracia se basan a fin de cuentas en la gestión de la ignorancia.
Jamal Khashoggi era un periodista, colaborador de The Washington Post, crítico con el poder que estaba alcanzando el príncipe Mohamed, pero difícilmente podría ser definido como un disidente, puesto que se trataba de alguien cercano a la familia real y a los círculos que controlan el reino.
Podría decirse que Dilma Rousseff, de 71 años, es una activista de izquierdas devenida en tecnócrata. Cierto, pero Dilma es sobre todo una luchadora. Presidenta de Brasil, fue la primera mujer en gobernar el país, entre 2011 y 2016.
Hay dos diferencias entre Trump y Johnson. La primera es que Trump ha sido capaz de movilizar el nacionalismo estadounidense visceral. Pero Johnson no puede articular el poderoso pero incipiente nacionalismo inglés que ha impulsado el Brexit, en parte porque no es un auténtico nacionalista
