Editoriales
Una diplomacia facciosa
El precepto diplomático de no intervención en los asuntos internos de otro país ha tenido en América Latina, a lo largo de los años, sobre todo en los de la Guerra Fría, una observancia muy defectuosa.
El precepto diplomático de no intervención en los asuntos internos de otro país ha tenido en América Latina, a lo largo de los años, sobre todo en los de la Guerra Fría, una observancia muy defectuosa.
Todos los proyectos funcionan o fracasan por la suma de aciertos, pero sobre todo de los errores. Lo mismo opera para empresas y partidos, como para gobiernos y proyectos personales. Ahora en el caso de la propuesta de gobierno de Andrés Manuel López Obrador los errores son más expuestos...
Los mexicanos estamos atrapados en una viciosa espiral de discordia y crispación. Dos tercios de la población apoyan a Andrés Manuel López Obrador, uno de ellos incondicionalmente, una tercera parte lo rechaza por completo y sólo una pequeñísima e insignificante minoría, en la que me incluyo...
Como sucede cada vez que se siente acorralado por la realidad y la crítica, el presidente Andrés Manuel López Obrador se lanzó una vez más en contra de la prensa y sus críticos para intimidarlos.
El largo primer año de Gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador ha terminado sin que queden en claro aún los verdaderos alcances de “la cuarta transformación”.
Lejos de apaciguar polémicas, los datos de la realidad sirven para alzar la voz a favor o en contra con mayor intensidad que hace un año, cuando su llegada a Palacio Nacional infundía temor en unos y esperanza en otros.
La violencia, el estancamiento económico y las decisiones erráticas en el gobierno señalan una trayectoria larga y accidentada para su sexenio. También para el país.
Si nos atenemos a los resultados del primer año de Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, vayan perdiendo la esperanza quienes apostaron a que su sexenio concluirá con una transformación de México tan profunda como las gestas independentistas de 1810, las Leyes de Reformas de Benito Juárez...
Sin tomar en cuenta las lecciones del pasado dictatorial de la región, los políticos están volviendo a recurrir a las fuerzas armadas para resolver las crisis políticas. A primera vista, la caída de Evo Morales, expresidente de Bolivia, podría parecer una victoria para la democracia.
El primer año de gobierno de López Obrador ha supuesto una sacudida para México. Su controvertida forma de concebir la presidencia, más propia de su época de sempiterno candidato que de un jefe de Estado. Las incógnitas sobre el desarrollo de su sexenio son aún mayores que las certezas.
Un fantasma recorre América Latina, y lo guía una palabra. Chile despertó, Bolivia se parte, ardió Ecuador, Colombia se levanta, Argentina votó, Perú se depura, Brasil desespera, México clama, y en todos lados la palabra es la misma: “desigualdad”, “la lucha contra la desigualdad”.
El polémico asilo de Evo Morales en México, que seguro será de corta duración, ha catapultado al terreno hemisférico el pleito interno entre chairos (a favor de AMLO) y fifis (en contra). Es el primer gesto importante en política exterior del Gobierno de López Obrador no dirigido hacia el norte.
El 17 de octubre, un hombre armado entró a un restaurante de Culiacán, capital del estado de Sinaloa de México, para informar a la población sobre el convoy de gente armada que se acercaba a la ciudad.
El caso de Bolivia, en donde las fuerzas armadas sugirieron a Evo Morales renunciar, reveló que los soldados no han abandonado el poder en América Latina. La vuelta de los ejércitos como actores políticos es peligroso para una región que aún tiene cicatrices por las dictaduras militares.
La caída de Evo Morales es un recordatorio de que para restaurar una democracia defectuosa no siempre se siguen las reglas democráticas. Para los demócratas liberales que lamentan la erosión democrática en todo el mundo, el colapso del gobierno de Evo Morales en Bolivia ofrece un rayo de esperanza.
Los acontecimientos de Bolivia encajan en el concepto de revolución callejera: los ciudadanos se volcaron a las calles para exigir la renuncia de un dirigente que se negaba a respetar los límites de su poder, y en algún momento involucró a instituciones fuertes de izquierda y de derecha.
Pasados 23 días de las elecciones generales en Bolivia, el recuento de los daños asciende a cinco muertos, múltiples heridos, tres semanas de paro nacional y destrozos en todo el país. El detonante del conflicto: un proceso electoral sobre el que revolotea el fantasma de un fraude monumental.
La crisis económica y el estancamiento han provocado una ola de protestas ciudadanas y una demanda de más transparencia y un estado de bienestar eficiente en toda la región.
Bolivia se ha convertido este domingo en un símbolo. La renuncia de Evo Morales es el síntoma del agotamiento de un modelo que había generado una fuerte contestación social y al mismo tiempo la preocupante demostración de que el poder en América Latina depende aún hoy de las Fuerzas Armadas.
En la respuesta articulada en Palacio Nacional a la evaluación general del fracaso de la ejecución de una orden de aprehensión contra una figura emblemática del Cártel de Sinaloa, se contrastó el concepto del cumplimiento de la ley contra la idea del riesgo para la vida de las personas.