MUY OPORTUNO
La ilusión de la autosuficiencia
Pero este fue el efecto de todo eso. Lo maduró. En esos últimos años, siempre que lo visitabas, te tomaba la mano y decía: “ayúdame”. No había sido capaz de decir esas palabras desde que tenía cinco años y podía atarse los cordones de los zapatos. Para el momento en que murió, ya estaba preparado.